Teología del sacramento del orden sacerdotal (todo)

TEOLOGÍA DEL SACRAMENTO DEL ORDEN. ISET JUAN XXIII

I. DATOS GENERALES
1. Horas : 2
2. Semestre Académico : 2011-I
3. Docente : César Buendía Romero

II. SUMILLA

El sacramento del orden
El sacramento del orden, como todos los sacramentos, sufrió en la historia el embate de la Reforma, que, negando la sacramentalidad tal como era entendida por la Iglesia Católica, quiso negar, en particular, la de este sacramento.
La eclesiología está en la base de este sacramento, y en la Iglesia, si es entendida como querida por Dios, el orden constituye algo sustancial, de modo que la Reforma también, negándole al Papado y a la Iglesia su origen divino, hacía de la Iglesia una lectura solamente espiritual y le negaba alguna relevancia para la fe a la Iglesia externa entendiéndola sólo de modo sociológico, y afirmaba que el orden fue en realidad una impostura histórica debida a intereses.
El Concilio de Trento tuvo que afirmar el valor de este sacramento, la diferencia con el carácter bautismal y su específica función en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.
El Concilio Vaticano II ha insistido en la eclesiología, declarando el origen divino de la Iglesia, su misión de servicio a los hombres con el evangelio, la relación estrecha de todos los bautizados entre sí, la misión de éstos en la única misión de la Iglesia, y lo específico del sacramento del orden, señalando que existe una diferencia esencial con el sacerdocio de los fieles.
La insistencia en el ministerio de la palabra, la ley de la encarnación por la que hemos de acercarnos a los fieles, un concepto equivocado de los sacramentos, el complejo de culpabilidad de origen marxista y una concepción de la Iglesia también confusa han conducido a un callejón sin aparente salida en la teología del sacerdocio.
La crisis de identidad y los temas relacionados con el sacerdocio ha hecho volver al Nuevo Testamento para averiguar la justificación bíblica del ministerio, su misión, su espiritualidad propia en medio de la espiritualidad católica y su lugar en relación con la Iglesia y con el mundo actual.
A este respecto son hitos, sin excluir el valor de la Menti nostri de Pío XII, posteriormente a la Lumen Gentium, la Christus Dominus y la Presbyterorum oridinis, en la teología del sacerdocio sobre todo la Pastores dabo vobis y el Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros.

SISTEMA DE COMPETENCIAS

A) LAS COMPETENCIAS DEL NIVEL

1. Desarrolla exposiciones orales y escritas indicando las semejanzas, diferencias y relación entre el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio ministerial.
2. Usa los documentos fundamentales del Magisterio, sabe argumentar en torno a las principales herejías u objeciones que el mundo presenta en torno al tema.
3.

B) COMPETENCIAS DEL CURSO

Conoce profundamente la teología del sacerdocio de la carta a los Hebreos y sabe aplicarla al concepto de sacerdote.
Conoce la historia del sacramento y del celibato y puede comprender las razones de la relación entre ambas.
Es capaz de diseñar un itinerario espiritual para la formación de los sacerdotes puesto que sabe qué han de saber y a dónde han de llegar.
Es capaz de comprender la misión del sacerdote en el mundo y en la Iglesia.

III. CONTENIDOS

PRIMERA UNIDAD: el sacerdocio en la historia

Duración: 4 semanas

CONTENIDOS CONCEPTUALES
El sacerdocio en el Nuevo Testamento
Cristo, fuente y modelo del sacerdocio cristiano:
Posición ante el sacerdocio antiguo
El nuevo sacerdocio
El sacerdocio de Cristo según la carta a los Hebreos
La institución del sacerdocio ministerial
La institución de los doce
La estructura jerárquica
La voluntad de dar colaboradores a los doce
El sacerdocio en la doctrina de San Pablo
El sacerdocio de Jesús
El sacerdocio del Apóstol
El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial
Afirmaciones explícitas del sacerdocio común, en Apocalipsis, 1 Pedro,
En San Pablo y otros
En la doctrina del Jesús
Reflexión teológica de la relación entre ambos sacerdocios.
El sacerdocio en la historia
• En las primeras comunidades cristianas. Los doce. Pentecostés. Los apóstoles Los siete. Origen de los presbíteros Funciones de los ministros.
• Desarrollo de la estructura ministerial: La autoridad, el vocabulario, evolución estructural. Desarrollo de los grados del orden. Trento. Sacramentum ordinis de Pío XII. Vaticano II (sacramentalidad del episcopado y colegialidad episcopal, poder de ordenar presbíteros, poder y ejercicio. Revalorización del diácono)
• Los últimos documentos: Pastores dabo vobis, El presbítero maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad ante el tercer milenio cristiano. Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros. El Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia católica. Visión de Aparecida.

SEGUNDA UNIDAD: El ser y el actuar sacerdotal. 3 semanas.
Doctrina del carácter
Historia
Valor
El estado de vida sacerdotal
• Problema. Estado de vida revelada en el evangelio. Influencia monástica. Profesión secular. Renuncia al compromiso político. Celibato sacerdotal. Contexto socio-cultural. Contexto eclesial. Luces y sombras
• Dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral
• La mujer y el sacerdocio Diagnóstico de la vida y ministerio de los presbíteros

TERCERA UNIDAD: Conclusión: Naturaleza del ministerio sacerdotal

La posición del concilio de Trento
Mediación y Pastoreo. Unidad y Colegialidad.
Iluminación teológica de la vida y ministerio de los presbíteros:
• El ministerio como representación de Cristo y de la Iglesia (Dimensiones trinitaria, pneumatológica y eclesiológica)
• Centralidad eucarística del ministerio
• Sacramentalidad y ministerialidad: discípulo, profeta, sacerdote y pastor
• Sugerencias:
El ministerio fuente de vida, el ministerio fiel, el ministerio servicio a Cristo, el ministerio algo compartido, el ministerio célibe, obediente y pobre.

CONTENIDOS PROCEDIMENTALES

1. Lee y razona desde diversas fuentes en las que se explica la propuesta del enfoque: textos del magisterio y de la historia y conclusiones..

2. Fundamenta la importancia de las características del enfoque

3. Selecciona y propone una lista de preguntas, cuestiones y problemas actuales y sabe darles solución.

CONTENIDOS ACTITUDINALES

1. Emite juicios de valor
2. Justifica la selección de problemas.
3. Razona la relación entre problemas y posturas tomadas.
4. Es capaz y quiere aportar soluciones.

IV. ESTRATEGIAS METODOLÓGICAS

En el desarrollo de la asignatura se utilizarán los métodos:
• expositivo dialogado,
• trabajo con documentos (investigación)
• cadena didáctica_ motivación adquisición, transferencia, evaluación

V. EVALUACIÓN

La evaluación se desarrollará en 10 evaluaciones continuas, dos exámenes y dos prácticas. Los indicadores se elaboraran de acuerdo a las capacidades propuestas en el presente sílabo.

VI. BIBLIOGRAFÍA

EL SACERDOCIO HOY. DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO EGLESIÁSTICO. BAC.. MADRID 1985
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO. EL PRESBÍTERO, MAESTRO DE LA PALABRA… DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS.
ORIENTACIONES PARA LA RENOVACION. COMISIÓN DEL CLERO. PERÚ. 1999
COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CONGREGACIÓN DEL CULTO DIVINO. Redemptionis Sacramentum. Roma, 2004
CONGREGACIÓN EDUCACION CATÓLICA Y CLERO. Normas básicas diáconos
JUAN PABLO II. PASTORES DABO VOBIS. (Exhortación postsinodal de 1992.
CONFERENCIA EPIS. ALEMANA. El ministerio sacerdotal. Sígueme, Salamanca 1971
ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL Y MINISTERIO. Com Ep. Clero. Doc. Tra Madrid 1988
VARIOS. Teología del sacerdocio. El corazón sacerdotal de Jesucristo. Aldecoa. Burgos 1984
COLETTI, d. El sacerdocio, don de Dios. Con Ep. Peruana. Lima 1990
JIMÉNEZ DUQUE, b. El sacerdocio ministerial. Madrid 1971
MÜLLER, GERHARD LUDWIG. Dogmática. Barcelona 1998
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MIGUEL NICOLAU. MINISTROS DE CRISTO. BAC. MADRID 1971
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ESPEJA, JESÚS. Para comprender los sacramentos. Estella, 1996
ALDAZÁBAL, JOSÉ. Gestos y Símbolos. Barcelona, 1989
HOTZ, ROBERT. Los sacramentos en nuevas perspectivas. Salamanca, 1986
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TETTAMANZI, D. La vida espiritual del sacerdote. Perú 2004
PRECHT, C- Pastores Al estilo de Jesús. Santa Fe 1998
MOUNIER – TORDI. Sacerdote, ni más ni menos. Mensajero. Bilbao 1997
BENEDICTO XVI. Catequesis sobre el sacerdocio. Óbolo de San Pedro. Lima 2008
SS. PP. Imagen de Cristo en el Pastor de la Iglesia según los Santo Padres. Lima 2010
RATZINGER, J. Al servicio del evangelio. Vida y espiritualidad. Medellín, 2003
BENEDICTO XVI Y EL SACERDOCIO. Recopilación de catequesis.
GEA ESCOLANO, J. Sacerdote, transparencia de Cristo en el mundo. Lima.
FOYER NOTRE-DAME. Sacerdotes para un mundo secular. Hinnení. Salamanca 1968
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DIANICH, S- Teología del ministerio ordenado. Paulinas. Madrid 1988
ANDREU RODRIGO. ¿Qué es ser cura hoy.? Marfil. Alcoy 1978
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BRAVO, A. Eucaristía y sacerdocio. Sígueme. Salamanca, 2004
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PLAN PARA LA FORMACIÓN PERMANENTE DE LOS SACERDOTES. CEE.2001
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SÁNCHEZ-ARJONA, RODRIGO. Teología Litúrgica. Lima 1981
BOROBIO, DIONISIO. Eucaristía. Madrid, 2000
GUITERAS, JOAN. Conversión y penitencia: reconciliación. Emaús 33. Barcelona 1999
VARIOS. Teología y Espiritualidad Eucarísticas. Phase 240 Barcelona 2000
DÍAZ MATEOS, MANUEL. El sacramento del Pan. Madrid, 1997
CANALS, JOAN M. El culto a la Eucaristía. Barcelona, 1996
TENA, PERE Y OTROS. Iglesia y Eucaristía. Cuadernos Phase 119. Barcelona
BOROBIO, DIONISIO. La celebración en la Iglesia .Salamanca 1991
Documentos del magisterio desde la Sacrosanctum Concilium Cuadernos Phase 120
SCHILLEBEECKX, E. Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Pamplona, 1971

DESARROLLO DEL TEMARIO

Primera unidad: el sacerdocio en la historia

El sacerdocio en el Nuevo Testamento.

Un resumen lo ofrece la página del Vaticano en internet:

Sacerdote es el que ha sido ungido por Dios. Ungido equivale a santo, por haber sido consagrado a su servicio y participar de su pureza.
El Concilio Vaticano II (cfr. Constitución dogmática LG 28, y el Decreto PO 2) fundamenta la exposición doctrinal sobre el sacerdocio en el Nuevo Testamento bajo el concepto de «la consagración y la misión «, que quiere el Señor Jesús en Jn 10,36:
«A aquel que el Padre ha consagrado y ha enviado al mundo, vosotros le decís: Tú blasfemas, porque yo he dicho: Yo soy Hijo de Dios».
Esta consagración-misión hace que en el Nuevo Testamento sólo exista un único «gran sacerdote” “el cual, aun siendo hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia y llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec» (Heb 5,9-10; 6,20), «santo e inocente, inmaculado”. “En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (Heb. 10,14), esto es, por medio del único sacrificio de su Cruz (cf. CIC 1545). Jesús es perfecto en cuanto que lleva a tèrmino su sacrificio como sacerdote y víctima. “Perfeccionar», es una expresión llena de significados; significa a la vez perfeccionar, cumplir, consagrar y santificar: traduce el equivalente hebreo que significa la unción de los sacerdotes del Antiguo Testamento y la consagración del templo; ésta es la última palabra de Jesús en la cruz: «Todo está cumplido» (Ju. 19,30).
Consagrado y santo equivale a ungido
Así pues, Jesús posee una particular unción del Espíritu (cf. Mt. 3,16; Lc.4,8; Hech. 4,27; 10,38) que El hace participar a todo su cuerpo místico: en él todos los cristianos llegan a ser un sacerdocio santo y real, ofreciendo sacrificios a Dios por medio de Jesucristo, proclamando las maravillas de aquel que les ha llamado a su admirable luz (cf. 1 Pe 2, 5 y 9). Gran sacerdote y único mediador, él ha hecho de la Iglesia «un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre» (Apo. 1, 6; 5, 9-10). Estos textos fundamentan la doctrina sobre el «sacerdocio común».
De su consagración y su misión participan los apóstoles
Dice la PO 2: “Jesús, queriendo hacer de los creyentes un solo cuerpo en el que todos los miembros no tienen la misma función (Rom. 12,4)… al atardecer del día de la Resurrección él envió en modo especial a sus Apóstoles de la misma manera que él había sido enviado por el Padre (cf. Jn. 20,21). Se trata de la doctrina sobre un «mandato especial» y por tanto un poder especial en la jerarquía de la Iglesia.»Después, por medio de los mismos Apóstoles, ha hecho partícipes de su consagración y de su misión a los obispos, sus sucesores, por los cuales se ha trasmitido la carga ministerial» con diferentes grados subordinados (según la fórmula del Vaticano II, LG 28 y PO 2): ésta es la doctrina de la sucesión apostólica, un hecho histórico que sólo se encuentra en la Iglesia católica y en la ortodoxa, y que permite reconocer aquel ministerio ordenado como una cadena de transmisión a través del gesto de la imposición de las manos ininterrumpida después de los Apóstoles, confiriendo un don espiritual que le capacita a actuar en nombre de Cristo-Cabeza. Nadie puede pretender tomar el puesto de Cristo, que ha abolido todos los sacrificios y que ha llegado a ser el único sacerdote: éste es el motivo por el que este don ha sido instituido por el mismo Cristo, y es uno de los sacramentos de la Nueva Alianza.
Los Apóstoles trasmitieron con sus escritos o con sus palabras (cf. 2 Tim. 2,15) todo aquello que ellos habían recibido de la Palabra de Dios hecha carne .
Esta misión de «guardar el depósito» (1 Tim. 6,20; 2 Tim. 1,14) será ejercitada por los sucesores de los Apóstoles, que han sido establecidos en su cargo por la imposición de las manos (1 Tim 4,14; 2Tim. 1,6; 1 Tim. 5,22) A estos responsables se les llama «guardianes» (en griego «episcopos» de donde viene la palabra «obispos» o «ancianos», en griego «presbyteres», de donde viene la palabra «presbíteros»). Las cartas de Santiago (5,14) y de San Pedro (1 Pet. 5, 1-4) atestiguan la existencia de «presbyteres» a la cabeza de las diversas comunidades .
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Este acercamiento a la Escritura en el tema de la consagración y de la misión, que el Vaticano II ha puesto en relieve, esclarece al mismo tiempo el ejercicio del ministerio: el ministerio apostólico, si se examina bien la doctrina del Nuevo Testamento especialmente desde las cartas de San Pablo, manifiesta en armonía dos caras del sacerdocio de los presbíteros, que en algún momento aparecen como contrapuestas: en efecto, el verdadero apostolado y la verdadera adoración al Padre están íntimamente unidas entre sí, son indisolubles, de manera que uno de estos aspectos no puede existir sin el otro. El mismo San Pablo declara que, anunciando el Evangelio, él está dando adoración a Dios: en alabanza «en medio de las naciones», canta «a la gloria de su nombre» (cf. Rom. 15,9) (cf. Relación introductiva al decreto Presbyterorum Ordinis).
Todo esto esclarece al mismo tiempo uno de los deberes fundamentales de aquellos que participan de este ángulo especial de la consagración y del mandato de Cristo: si la imposición de las manos procura a aquellos que la reciben un «don espiritual», que les capacita a cumplir su misión, ellos tienen el deber de «revivir el don que Dios ha depositado» (1 Tim. 1,6) por medio de la formación permanente (cf. PDV 70).
AHORA INTERESA AÑADIR LA REFLEXIÓN DE BENEDICTO XVI:

Aunque el Vaticano II aceptó los motivos bíblicos, y el Sínodo de 1971 amplió dichos motivos costó superar los problemas bíblicos.
¿Cuáles eran?
La terminología profana de los títulos de los líderes de la Iglesia del NT. Parece que no se celebra tanto la Eucaristía como se hace caridad y se realizan funciones prácticas en la comunidad, de modo que da la impresión que los ministerios no son sagrados sino funcionales, y por tanto, de carácter provisional. La teoría de Bonhoeffer y Barth consistió en que el cristianismo fue la desacralización del mundo, y que los primeros cristianos opusieron fe y religión. Arguyen que Jesús sufre fuera de Jerusalén (Heb 13,12-13). De ahí que la cruz reduce al amor todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Crítica:
Se ha unido la argumentación clásica protestante con ciertas observaciones exegéticas. Se parte de la oposición entre ley y promesa gratuita, sacerdote y profeta, culto y conversión. Ley, sacerdocio y culto, o sea, institución, sería la Iglesia católica, que todavía está en el Antiguo Testamento, que parece poner al hombre en la capacidad de oponer sus méritos a Dios y equipararse a Él, afirmando poseer instrumentos propios de salvación que oscurecen la salvación de Cristo. A ellos se opondría la gracia, el profeta que sólo posee la palabra, y la fe que confía en Jesús. Es exactamente Lutero.
Trento, sin embargo, no mintió. Ya en el campo luterano de la Reforma, la ordenación no se entendió como una decisión funcional revocable, sino divina, la Eucaristía afloró y se intentó no oponer a la Palabra, y las ideas de la profanidad y reducción moral del Cristianismo, inconcebibles para Lutero, provienen de la secularización y la negación de la historicidad del protestantismo liberal y sus secuelas. Tal filón católico dentro de la teología protestante ha motivado fecundos encuentros ecuménicos. Esto sería el presupuesto para demostrar lo siguiente: cuando Cristo quiso que le siguieran los Apóstoles no quiso simplemente que le siguieran en ciertas funciones, sino que continuaran, en el seno de la Iglesia lo que él mismo era: el Sacerdote. El es único, pero en cada generación todos se unen a él ofreciendo su vida. Algunos ejerciendo en primera persona, como instrumentos suyos, su misión única y esencial: dar la vida: esto es MI cuerpo. YO te absuelvo. Son instrumentos unidos a él para realizar su misma misión en el tiempo, en la historia, en lo visible pero con efecto en lo invisible.
Pero interesa ante todo demostrar que no hay esa oposición entre institución y carisma en el Nuevo Testamento, entre Iglesia y conversión personal, entre Ley y gracia, entre sacerdocio ministerial y común.
Hemos sido influidos por la crítica protestante del tiempo de Lutero. Pero el mismo Lutero se retractó. Él decía que el sacerdocio católico era un remedo del sacerdocio del Antiguo Testamento al cual Cristo en su Cruz había declarado inútil.
Pero no era así, porque eligió a los Apóstoles para hacer visible y efectiva en la Iglesia la salvación que había traído Él. No es falso esto. «Quien a vosotros oye a mí me oye» (Mt 10,40). No es simplemente una religión del amor sin más, sino la religión de la gracia: Él es Dios y su gracia llega a todos (Jn 7,16) porque él es del Padre, así el que recibe a los que Él envía le recibe a Él y al Padre (Jn 13,20). Y sin Él nada podemos hacer como Él no hace nada sin el Padre (Jn 15,5 y 5,19.30).
Nada sin El, todo con El. Si no es simplemente una moral sino un encuentro con el Dios que crea donde nada había, se trata de la gracia. Dios tiene que hacer y el hombre recibir.
Ésa es la misión de Jesús en la cruz. Esa misión sacerdotal la realizan los apóstoles.
Nada sin ellos, todo con ellos, los Apóstoles.
El Sacerdote es un ministro de Dios (2Cor 3,6; 6,4). El ministerio específico del apostolado (1Cor 4,1) le da una autoridad única y definitiva en orden a la salvación (1Cor 4,21 y 5,5). Ese ministerio permanece en los sucesores como dice Pablo a los de Mileto y Éfeso en Hech 20,28: «Cuidad de vosotros y de todo el rebaño del que el Espíritu Santo os ha constituido como obispos para apacentar la Iglesia de Dios que ha adquirido con su propia sangre». Obispos y presbíteros son aquí lo mismo: se trata del ministerio indiviso de la sucesión apostólica. Es el Espíritu el que lo hace, no la comunidad; y continúa el de los Apóstoles, que es el de Cristo Pastor (1Pe 5,1-4: «Y cuando aparezca el supremo pastor recibiréis la corona». «El Pastor y Obispo de nuestras almas» es Cristo (1Pe 2,25). La tarea de Cristo, que es único es la del sacerdote, que es único.
¿Continúa el sacerdocio de la Antigua Alianza?
Cristo lo lleva a plenitud, ya que los sacerdotes antiguos tenían como función glorificar a Dios con toda su existencia y mantener al pueblo consciente de su carácter sacerdotal, dice Jean Colson.
En Israel, cuando hablamos del sacerdocio común de todos los hijos de Israel (Ex 19,6) no se da contraste, alternativa o competencia con el sacerdocio levítico, sino que uno sirve al otro; tampoco hay competencia entre el sacerdocio común de la Iglesia (1Pe 2,9 y Apo 1,6) y el de los ministros. A estos últimos les corresponde elevar, en la Eucaristía el sacrificio de toda la Iglesia con el suyo propio y pronunciar el yo de Cristo: Yo te absuelvo. Esto es mi cuerpo. Es decir, identificarse con Cristo pastor y cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo y esposa, por el que ha dado la vida.
Esa concepción está en Rom 15,16: “Os he escrito… en virtud de la gracia que me ha sido otorgada por Dios de ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo”.

CRISTO, FUENTE Y MODELO DEL SACERDOCIO CRISTIANO

Dejando de lado la definición de sacerdote de la historia de las religiones, que suele ser la del mediador y que coincide de algún modo con la imagen que tiene de él el Antiguo Testamento , Jesucristo no pertenece a la tribu de Leví, y, de algún modo reacciona contra el modelo sacerdotal antiguo , pero no se le puede ver simplemente como prototipo del sacerdocio común, sino también, puesto que era cabeza de los apóstoles, e Hijo de Dios, como prototipo del sacerdocio ministerial (PO Proemio).
Él mismo se ha proclamado modelo y fuente de autoridad en Mc 10, 42-45 y les ha invita a los apóstoles a ejercerla como Él mismo. Desde ahí la autoridad del pastor es el modelo del nuevo sacerdocio entendido como un servicio, un ministerio .
El cristomonismo protestante no ha negado este sacerdocio en Cristo, pero ha desestimado ese sacerdocio en sus colaboradores. No es de recibo. Cristo ha querido comunicar verdaderamente a sus apóstoles su autoridad y la ejercen personalmente, por lo que son verdaderos sacerdotes, aunque dicho sacerdocio lo ejerzan sobre todo haciendo presente a Jesucristo. Otra cosa sería reducir el carácter sacerdotal a una función eventual. Y eso va en contra de las palabras del Nuevo Testamento que en ese sentido intentan crear un ministerio estable. Por eso no tiene sentido oponer el magisterio o el ministerio de Cristo al del Espíritu .
Hay también una corriente que opone el ministerio de Cristo al de la Iglesia, muy en relación con lo anterior. El sacerdocio ministerial sólo tiene sentido en el marco de la Iglesia y pertenece a su estructura jerárquica, pero depende de Cristo porque la Iglesia vive de Cristo y el ministerio le hace presente en ella. Si ejerce el sacerdote algún poder es porque Cristo lo ha querido así.

POSICIÓN DE JESUS ANTE EL SACERDOCIO ANTIGUO

La tentación de recurrir ante todo a Hebreos no debe impedirnos observar el testimonio de Jesús sobre su propio sacerdocio.
En primer lugar Jesús no se atribuye el nombre de sacerdote. De esto no se deduce que haya querido abolir el sacerdocio o que no se considerara tal. Jesús nunca se define por títulos, y tal actitud obedece a que ningún título expresa la totalidad de su ser, y a la pedagogía de revelación que hace que se descubra su identidad paulatinamente.
Jesús no era levita. Había levitas en su familia, posiblemente por parte de María (Lc 1,5) aunque Lucas no menciona la estirpe de María directamente. Por tanto su sacerdocio no es levìtico.
Por otra parte, los sumos sacerdotes rechazan el mensaje evangélico.
Hay un distanciamiento claro de Jesús con esa casta indicando que trae un vino nuevo y necesita odres nuevos (Mc 2,22).
El reproche principal de Jesús, aun reconociendo la autoridad de los sacerdotes (Mc 1,44 y 14,14), aparece en la parábola del Buen Samaritano. Con ironía, Jesús hace comprender la incongruencia del sacerdocio levítico: Dios no hace en ellos mella, puesto que no son capaces de caridad. Está diciendo que lo propio del sacerdote es la santidad, la caridad, y una caridad que tiene compasión de todo hombre. Era el amor lo propio de Jesús, incomprendido por todos aquellos que no le aceptaban y le obstaculizaban, en nombre de otra ley, sus obras de amor. Ése es realmente el choque de los dos sacerdocios, que se muestra especialmente en la intención de matar al Lázaro resucitado (Jn 12,10).
Jesús se proclama mayor que el templo (Mc 12,6) y además expulsa a los vendedores del templo. El templo era la ocupación principal de los sacerdotes. Al hacerse el dueño del templo, por la autoridad de la expulsión, está no desestimando el sacerdocio, sino proclamando el suyo propio, un sacerdocio superior al que hasta ahora ha habido.
Al declarar impuro al templo declara también impuro el sacerdocio que lo administra. “Destruid este templo” significa que los sacerdotes lo estaban destruyendo puesto que estaban destruyendo la religiosidad, por la que el templo tenía sentido, con su falsedad, que culminará en la destrucción del propio Cristo (Mc 14, 58; Jn 2,21).
La reedificación a la que alude Jesús se refiere a un nuevo templo con un nuevo sacerdocio sobre su propia persona resucitada. El verdadero templo de la divinidad es, por eso, su propia persona.

EL NUEVO SACERDOCIO

Hay un texto donde aparece Jesús como rival del sacerdote. Pilato se da cuenta de que “se lo entregaban por envidia” (Mc 15,10).
La autoridad de Jesús era independiente, superior, divina, e inaccesible a otra oposición que la enormemente confusa y desesperada de la calumnia y la fuerza.
Cuando lo condenan por aquello que eran condenables los sumos sacerdotes, la destrucción de la fe, en realidad resultan condenados, por injustos, sus condenadores.
Es más, es tal la autoridad moral del acusado que la única pregunta que le hacen pone en manos de Jesús la sentencia.
Jesús aprecia la autoridad sacerdotal, es profética y dice verdades pero está en este momento traicionándose a sí misma con la condena de Jesús.
Él no se defiende. Afirma que el sacerdote ha dicho la verdad, y alude a la profecía de Daniel 7,13 complementándola con el salmo 110: “Tú lo has dicho y verás al Hijo del hombre sentado a la derecha…sobre la nubes del cielo” (Mt 26,64).
La cita alusiva al salmo 110: (“Desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo”, en el salmo: “siéntate a mi derecha”) hace referencia al sacerdocio que Jesús se atribuye según ese salmo, el de Melquisedec, como dirá Heb 5,6-10: “Yahvé lo ha jurado y no se arrepiente: tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”. Sentarse a la derecha de Dios para siempre, como dice Heb 10,12, es haber sido aceptado por el Padre.
Ese sacerdocio eterno que ellos verán sobre las nubes desde ahora (Lc 22,69), es decir, desde la cruz, ese nuevo sacerdocio eterno, con un sacrificio único y valioso, va a sustituir al viejo sacerdocio que no cumple con sus deberes. Pentecostés va a ser testigo de esto puesto que el nuevo sacerdote, exaltado a la derecha del Padre, envía al Espíritu, y Pedro reconocerá el cumplimiento del salmo 110 cuando diga que Dios lo ha sentado a su derecha en el discurso de ese día de Pentecostés (Hech 2,34).
Las características del sacerdocio tal como lo entiende Jesucristo son dos: es hombre de lo sagrado y es ministro.
Personalmente todo sacerdote posee cierto carácter sagrado, pues tiene relaciones privilegiadas con Dios, tanto en presentarse ante Él como en traer al hombre su bendición y su presencia.
Jesús ha sido por encima de todo el que hace presente al Padre, pues su Encarnación lo hace sagrado por excelencia. Lo sagrado es lo que pertenece a Dios y se viste de su santidad, normalmente extraña a este mundo. Jesús ha hecho que la misma santidad de Dios entre en el mundo para consagrarlo.
Se trata de una cosa nueva. Antes era el hombre el que pedía la presencia de Dios y Dios, aunque se quedaba en su templo, podía acceder a la petición del hombre. Ahora es distinto. Ahora es Dios quien busca al hombre. Antes la dirección era de la tierra al cielo. Ahora es del cielo a la tierra. Ésa es la dirección del sacerdocio del Nuevo Testamento.
En la sinagoga de Nazaret explica su misión sacerdotal que es el despliegue del “Espíritu del Señor” que “está sobre mí”. No nombremos la entrega que profetiza Simeón y que se realiza ya en el Bautismo. Esa entrega sacrificial se realiza en la consagración de la Cruz: “Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17,19). La resurrección es el momento en que el Hijo da el Espíritu prometido y se realiza la consagración de los Apóstoles y su envío (Jn 20).
La nueva fisonomía de lo sagrado se concreta en que la relación personal se convierte en sagrada por ser una persona el sagrado por excelencia. Este consagrado que es Jesús es total y personalmente Dios, y esa consagración total quiere extenderse a todo y a todos.
No se trata de una secularización, sino de una sacralización. La fuerza que se despliega es el Espíritu, y da origen a una actividad donde lo humano no pierde por la cercanía de lo divino, pero donde lo humano ya no es simplemente humano, porque ha sido tocado por Dios.
Jesús es el ministro por excelencia. No es simplemente y únicamente el sacerdocio bautismal lo que vemos en Él, Él es el Pastor (Jn 10,11), el bueno, el perfecto, en el que se verifica lo que de un pastor se esperara: la fidelidad y el sacrificio, expresados sobre todo en la parábola de la oveja perdida.
Su gozo es que no se pierda ninguna oveja. Sin embargo, como pastor, será juez (Mt 25,32). Así como se entregó como pastor, ahora el pastor juzga a su rebaño en su correspondencia. Y es que el rebaño también tiene una obligación.
Esta perspectiva de pastorear, en Mateo, se alarga a sus discípulos (Mt 9,36-37). Jesús en su vida terrena comienza a compartir su misión de Pastor con sus apóstoles (Mt 10,6: “Dirigíos a las ovejas perdidas de Israel”).
Jesús sabe que Dios es el mejor pastor (Ez 34) y esa cualidad se la atribuye a sí de modo inimitable, indicando su identidad, pero no porque no pueda ser compartida. En realidad debe ser compartida y la comparte de hecho, porque esa misión se ejerce en este mundo, por contacto personal, directamente.
Lo propio del pastor es el sacrificio, es decir, el cuidado sacrificado de sus ovejas (sí en Juan da la vida cfr. Jn 10,11 y así en Lucas busca a la perdida en 15,3-7 o en Ezequiel 34 donde vemos cómo Dios se preocupa de sus ovejas y las busca). Esa conducta, contra la rapacidad y la cobardía de ladrones y mercenarios, se caracteriza por el amor a las ovejas y por amarlas más que a la propia vida.
La expiación de Is 53,10 del Siervo de Yahvé es sacerdotal ya que menciona al chivo expiatorio . Ese siervo que en Is 53,10-11“expiará a muchos” “justificarà mi Siervo a muchos” (Literalmente:: “asperjará a muchos”, como el sacerdote en la fiesta de la expiación asperjaba al pueblo con la sangre de las víctimas según Lev 16,18-19), es el que hará resurgir a las naciones por la justificación (Is 53,11).
El sacrificio aquí pasa de ritual a personal, y se trata de un servicio (Mc 10,45). No deja de ser el Hijo glorioso, pero porque sirve (Nótese el contraste entre Dan 7,14: todos le sirvieron y Is 53,3: siervo: despreciable, desecho de los hombres, varón de dolores). Es claro que aquí sólo puede ejercer la autoridad si la ejerce como servicio.
La tarea de pastor que Jesús ejerce es la del profeta, anuncia la buena nueva a los pobres (Lc 4,18-19), y, por tanto, de la liberación. El papel de pastor se realiza liberando a las ovejas. Esas ovejas escuchan su voz porque la conocen (Jn 10, 4, pero la conocen cuando ha dado la vida por ellas, 10,16).
Así, la misión evangelizadora no alcanza su eficacia sino tras el sacrificio, que es el testimonio supremo de la verdad por la que se escucha su voz, como dice ante Pilato (18,37). De ahí que la actividad profética está profundamente ligada a su pastoreo y a su sacrificio.
El culto en espíritu y verdad de la samaritana (Jn 4,23) no se contenta con sacrificios rituales, sino que debe llegar en obediencia a la ofrenda de sí mismo. Pero nos preguntamos si en ese sobrepasar las formas rituales se excluye ahora todo aspecto ritual. La institución de la Eucaristía, lejos de provocar la supresión del sacrificio ritual, se convierte en fundamento de la multiplicación de conmemoraciones incesantes. La misión del pastor se ejerce por el culto eucarístico y por el culto de la remisión de los pecados.
La función real está asociada al sumo sacerdocio de Melquisedec (como después explicará Hebreos 5,6-10; 6,20; 7,17). No está destinada a ejercer la dirección de la sociedad civil sino más bien a su calidad de pastor, naturaleza esencialmente bondadosa de esta función. No es un poder contra nadie, no se hacen milagros de castigo, es una autoridad para salvar a los pecadores (Mt 11,19), esa autoridad de amor, lejos de la venganza. No hay amenazas de excomunión, ni siquiera Mt 18,15-18: hay que usar para la reconciliación todos los procedimientos posibles. El poder es de desatar aunque no se pueda conseguir a veces.

CONCLUSIÓN
Así, pues, la imagen del pastor equivale a la del sacerdote que nosotros hemos visto en la Iglesia, y es aquella con la que Cristo se definió a sí mismo. No es exactamente la imagen del Padre, sino del hermano mayor. Pero, ciertamente, es un sacerdote que hace su función propia. Jesús elige esa imagen porque tiene aspectos que acentúan el sentido del amor, pero no deja de ser una imagen sacerdotal.
Pero quede entendido que si en el Antiguo Testamento se centraba la función del sacerdote en el aspecto ritual, el pastor asume también las funciones proféticas y reales, además de implicar el servicio de la vida moral y el simple servicio humilde a unos a los que llama sus amigos y hermanos (Jn 15,13;20,17).
A diferencia también del sacerdocio antiguo basado en la sucesión hereditaria, el nuevo sacerdocio es de genealogía distinta, que Hebreos va a señalar como única y eterna, la de Melquisedec, de origen directamente divino. Ha señalado asimismo que no está constituido ya definitivamente el rebaño, sino que sus límites se extienden a todos los que le necesitan. De ahí que la tarea del Pastor sea misionera, buscar a las ovejas perdidas.

EL SACERDOCIO DE CRISTO SEGÚN LA CARTA A LOS HEBREOS

La superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el judaico y de la fe cristiana sobre el judaísmo es la intención del autor de Hebreos. Conste de momento que estima que la función más importante que se puede ejercer es la de sacerdote, porque es el mediador entre Dios y los hombres. Y la tarea del sacerdote la ciñe especialmente al culto, de donde se deduce que la tarea profética que da la fe y la real que atrae al rebaño, complementan a la tarea fundamental del sacerdote: ofrecer oraciones y sacrificios por los pecados (5,1). Es evidente que esa tarea supone la colaboración de todos: no pueden hacer más pecados, y los sacrificios que ofrece el sacerdote son los de aquellos que han pecado.
El sacerdocio de Cristo es constituido por su Encarnación según Spicq (la preexistencia y la eternidad aparece con dos argumentos, el salmo 110 que habla de la generación antes de la aurora y de Melquisedec que no tiene aparentemente origen en el tiempo; sin embargo, es sacerdote porque es hombre verdadero porque todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y, sufriendo, aprende a comprenderlos, para abogar por ellos: 5,1; 2,17-18; 4,15), aunque su proclamación viene en la cruz (5,10) Así aparece el profundo vínculo de la carta con el testimonio evangélico. El ejercicio del sacerdocio de Cristo es la cruz. Ese sacerdocio proveniente con una novedad absoluta (7,11), como el de Melquisedec (superior a Abrahám porque le bendijo, sin padre, sin genealogía, asemejado al Hijo de Dios cuyo origen es eterno: 7,3), de Dios, realiza asimismo un sacrificio único tras el que viene la vida eterna (10,12; 1,3; 1,13). La santidad y la cercanía de Dios (pros ton theón de Jn 1,1 y Heb 5,1) y la filiación divina son las condiciones del sacerdote único, Jesucristo . Creo que no hay inconveniente en afirmar que el autor de la carta quiere resaltar la identidad de Cristo como Dios precisamente para justificar, desde la Trinidad, que Jesús es el mediador de la Alianza, que es algo específico del sacerdocio, como dice Vanhoye.
“Posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que también pueda salvar perfectamente a los que por él se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (7,24-25). Tal obra se realiza por la efusión de su propia sangre en la tierra, pero se realiza en el santuario celeste (9,11-12) lo cual le une perfectamente al Padre como abogado de todos. El Espíritu Eterno asegura la redención eterna. Si Jesús estuviera en la tierra no sería ni sacerdote (8,5). El valor de su sacrificio resulta de su penetración en el cielo. La intercesión es la manifestación continua de la mediación: después de haber sido ejercida globalmente por toda la humanidad en la consumación del sacrificio, la mediación se ejerce en la aplicación de los frutos del sacrificio.
La tarea del sacerdote no es sólo ofrecer el sacrificio sino interceder por los hombres, la intención fundamental del amor aparece vivamente en este ministerio. 18-4-11
Pero hemos visto que el sacerdote que es Jesús no atribuía a su sacerdocio una función meramente ritual sino que desbordaba los límites del culto. Cuando Hebreos resume su doctrina llama a Jesús el resucitado, “el Gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna” (13,20). Aparece el título de Supremo Pastor como equivalente a Sumo Sacerdote, título del que ha tratado toda la carta. El Pastor ha abierto el cielo y entra como precursor para salvar a los que por Él se acercan a Dios (6,20; 7,25).
El texto de 13,20 recuerda a Is 63,11 que habla de Dios como el que sacó del mar a Moisés, pastor con su rebaño, lo mismo la figura de Josué de Heb 4,8, que introdujo a los hebreos en un descanso provisional. Si el Pastor es Moisés o Josué que no eran sacerdotes es porque la función del nuevo sacerdote reúne en su misión de Pastor al caudillo, al rey, al profeta y al sacerdote, que colaboran en una misión única, la cual fundamentalmente es la entrada en el cielo, el descanso, por la sangre de la alianza, ofrecida por el rebaño. Que la tarea sacerdotal se une a la de rey aparece en Melquisedec, rey de justicia y de paz, dones escatológicos, no políticos, que la intercesión de Jesús nosconcede a los creyentes, justificación ante Dios y paz con Él (Spicq).
Nos preguntamos también si esta carta habla de la Eucaristía. La alusión está también en su epílogo: “Tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer los que dan culto en la Tienda” (13,10). Andriessen cita como argumento paralelo a 1Cor 10,18-21: “Los que comen las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar?” Comer del altar también está en 1Cor 9,13. En 1Cor 10,18 claramente se trata de un comer de la víctima que une al que come con la divinidad a la que se ofrece la víctima, lo cual impide la comunión eucarística que nos pone en comunión con Cristo. Si esto es así, la conclusión de la carta es que nosotros, por la Eucaristía, estamos en comunión con Jesús y participamos de los bienes de los que Él es mediador.
¿Aparece el sacerdocio de los ministros en la carta a los Hebreos? Habla de jefes de la comunidad y no les aplica el título de sacerdote (13,7. 24) .
Pero es claro que la insistencia sobre la obediencia que les es debida por la responsabilidad de las almas que le son confiadas significa que su función es determinante en orden a la salvación y es de dirección, poder que concierne al desarrollo de la vida cristiana, poder divino puesto que ejercen su autoridad en virtud de la voluntad divina. Predican (recordad a aquellos dirigentes que os explicaron la palabra de Dios).
¿Entra el culto en ese poder? Asociado al recuerdo de los dirigentes añade lo de “comer del altar”, comida a la que antes hemos aludido de la que no pueden comer los “ministros de la Tienda” en alusión clara a los sacerotes judíos. Se trata en consecuencia y por paralelismo de los sacerdotes cristianos que pueden comer del Altar de Cristo. Los dirigentes que son dignos de veneración son aquellos que al final de sus días han coronado la verdad de su vida con el martirio (13,7) seguramente. De ahí cabe observar que el sacrificio sacerdotal de Cristo ha sido seguido por los que ejercen la función de pastor en su nombre, con ello están indicando la vida de los ministros de la Iglesia.
Jesús es principio de salvación para los que le obedecen (5,9). Obedecer a los dirigentes de la Iglesia es continuar la obediencia debida a Cristo. Pero ¿es que puede existir otro sacerdocio además del único de Cristo? Si no hay otro sacrificio, ¿para qué otro sacerdocio? En competencia con el de Cristo no puede haber otro, pero la prolongación de su sacerdocio en los dirigentes de la Iglesia y la misión pastoral de la misma no va en contra del único sacerdocio de Cristo
En conclusión, el único y perfecto sacerdote que ha hecho de su vida y muerte el único y perfecto sacrificio, es Jesucristo, por ser Hijo de Dios y dar a su Padre una satisfacción total que permite la intercesión perpetua a través de la celebración eucarística y la función pastoral de los dirigentes.

LA INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO MINISTERIAL

Jesús ha previsto e instaurado una estructura pastoral o sacerdotal para el futuro de su Iglesia.. Claramente los que creen que la Iglesia nació por casualidad.

LA INSTITUCIÓN DE LOS DOCE

Marcos nos dice que Jesús subió a la montaña (3,13). Lucas que se había retirado antes a orar y una noche estuvo en oración (6,12). Es pues una decisión capital.
No me habéis elegido vosotros a mí, yo os he elegido, dice Jn 15,16. Jesús elige libremente entre muchos (Lc 6,13). Hay, pues, una llamada en calidad de discípulo y una llamada especial para formar el grupo de los doce.
Doce son los patriarcas. Hay un nuevo pueblo con nuevos patriarcas.
Se les nombra uno a uno. Todos no tuvieron el mismo papel, seguramente más que ellos fueron protagonistas de la evangelización Pablo y Bernabé. Por eso sabemos que fueron ésos, porque no se les nombra por sus hechos, sino porque verdaderamente Cristo los eligió y quiso que fueran sus apóstoles. Marcos dice “los instituyó como doce” (3,14-16). “Los creó doce”, exactamente. No se suele usar ese verbo que recuerda la creación del mundo y la constitución del Pueblo (Is 43,1), para la constitución de los sacerdotes (1Re 13,33), expresión que encontramos también en Heb 2,2 y en Ap 5,10, o para llamar a Moisés y a Aarón a su servicio (1Sm 12,6) .
Es evidente que hay un caso particular cuando incluso les cambia el nombre dándoles una nueva personalidad como es el caso de Simón (Mc 3,16-17), y a Simón le hará la piedra sobre la que edificará su Iglesia (Mt 16,18).
La institución, de por sí, no implica que haga en ellos un nuevo ser, aunque el otorgarles un nuevo nombre, especialmente a Simón, así lo parezca. Pero cuando les encarga la misión les da poderes especiales. Si esos poderes (Mc 9,37; 12,1-11) y el envío en su nombre hacen a los apóstoles continuadores de la misión de Jesús, parece conveniente tomar esa palabra “crear” o “hacer” en sentido fuerte: CREAR. Los apóstoles fueron creados. Son, por tanto, seres nuevos. “Para que estuvieran con Él”, nos dice el texto. “Yo estaré contigo” le había dicho a Moisés (Ex 3,12-14). “Yo estaré con ustedes” dice Mt 28,20. Se trata de una alianza irrompible.
No se puede negar que hay una nueva alianza que comienza con los doce. A ellos se les confía el misterio del reino de Dios (Mc 4,11). “Vosotros… comeréis y beberéis conmigo a mi mesa en mi reino…os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28; Lc 22, 28-30). Están, pues, destinados a participar del poder del Hijo del Hombre. Gobernar la Iglesia, como los jueces. No se trata de la parusía sino del tiempo presente. La parábola del mayordomo que vigila a los criados (Lc 12,42-46) significa la responsabilidad cuando no se ve al dueño, y nos vuelve a reafirmar la certeza de que Jesús ha dejado su poder a los doce sobre su rebaño. Comer y beber evoca la eucaristía si se relaciona este comer y beber con las palabras de Jesús “Haced esto en memoria mía” de Lc 22,19 que ha dicho algo más atrás. La misión de evangelización está confiada también a los Once en Mt 28,19 y Mc 16,16-18. Se trata de un poder de responsabilidad y dirección. Unida a esta misión está la de bautizar y remitir los pecados (Lc 24, 47) como en Marcos al poder sobre el demonio (3,14; 16,17). En Juan el poder de perdonar está unido al don del Espíritu que hace el Señor Resucitado (Jn 20,22-23).
Si esto es así, Jesús ha querido que los doce posean todo su poder pastoral, salvadas las distancias, es decir, con palabras actuales, su sacerdocio, en el que están comprendidos el rey, el sacerdote y el profeta.

LA ESTRUCTURA JERÁRQUICA

La estructura esencial en este sacerdocio, que nosotros llamamos jerárquica, consiste en una graduación de “poderes sagrados”. En ella hay tres grados que son el diaconado, el presbiterado y el episcopado. Especialmente está el poder otorgado a Pedro. Todo ello obedece a la voluntad e Jesús. Ya hemos visto el episcopado.
El poder dado a Pedro por Jesús es independiente de su capacidad personal de liderazgo y representación (Mt 16,16; Jn 6, 68) y si Jesús no le hubiera concedido ese poder las peleas por el primer puesto hubieran seguido. Mt 16,18-19, donde se le dice a Pedro que sobre él se edifica la Iglesia son históricas según las investigaciones dada su factura semítica (J. Kahmann Die Verheissung an Petrus, 273) a pesar de que sólo Mateo trae esas palabras. Los demás dicen que le impuso el nombre de Pedro (Mc 3,16; Lc 6,14). Mateo dice: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esa piedra…”. El motivo del nombre es lo que Mateo dice después: “edificaré mi iglesia. Y las puertas… te daré las llaves… lo que ates…”
No se trata de que la fe de Pedro en particular haya sido puesta como fundamento de la Iglesia, es el que lleva el nombre de Képhas, piedra, el que es puesto como fundamento. La kephas natural es sobre la que se pone el fundamento artificial, el themelion. Jesús le ha hecho partícipe a Pedro de su mismo ser, que es ser piedra fundamental . Jesús explica que le da el poder supremo. Dar las llaves es darle todo (Is 22,22), atar y desatar es lo mismo, y sus decisiones tienen validez escatológica: todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28,18).
Ese poder de Pedro no significa que carezca de debilidad y no pueda pecar. Ahí está Lucas 22,31-32 . Jesús se ha atrevido a elegir a un hombre frágil. Pero, aunque Pedro se va y vuelve, Jesús ha orado por él y podrá confirmar la fe de sus hermanos. Esa oración especial de Jesús por Pedro indica que Pedro ocupa un lugar especial entre todos y posee una función única: la de confirmar la fe de sus hermanos señalada especialmente en la profesión de fe de Cesarea. Esa misión, dado que las pruebas no cesan, es la misión permanente del Papa. Simón no puede conservar la fe con sus solas fuerzas personales, por eso niega a Jesús. Hay una asistencia especial al Papa que tiene aquí su fundamento. Jesús dice esto en la Eucaristía
estableciendo una relación especial entre fe y eucaristía según el discurso de Jn 6, 26-51. Ello significa que Pedro posee también un primado en el culto además de en la doctrina. Las palabras en Lucas vienen después de que Jesús ha declarado que dispone el reino a favor de los doce. Así pues, es muy probable que Lucas nos esté diciendo con esto que fue voluntad de Jesús que, en el ejercicio de la autoridad sobre el Reino, los doce dependieran de Pedro. La misión capital que Pedro tiene en la fe concierne también al futuro gobierno de la Iglesia.
En este punto es necesario hablar de la misión de pastor universal que trae Jn 21,15-17. Este texto, a diferencia del texto de Mateo que era una promesa, muestra el cumplimiento de la misma: “Apacienta”. Es una comunicación de misión y poder fruto de la obra redentora pues es efectuada por Cristo resucitado.
Jesús llama al apóstol con absoluta solemnidad, con nombre y apellidos: “Simón, hijo de Juan”. Se trata, pues, de una pregunta solemne, de una especie de profesión solemne de intenciones: “¿Me amas más que éstos?”
Extraña la pregunta comparativa entre Simón y los demás. Es claro que a mayor amor corresponderá mayor compromiso, fidelidad y responsabilidad. Es como la pregunta de los Zebedeos pero al revés. Si éstos buscaban honor, a Pedro le pide amor y fidelidad. Pedro había dicho: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo no” (Mt 26,33). Ahora es distinto. Jesús se lo pide y le da las fuerzas que a Pedro le faltaron para cumplir aquella promesa. Ciertamente hay una alusión a la negación triple como triple es ahora la pregunta.
El contexto es fuertemente personal. No se lo dice a los demás. Se trata de un intercambio de amor privilegiado y se pretende, no que Pedro represente a los otros, sino que personalmente sea fiel al Señor.
La misión de apacentar las ovejas y el poder de Jesús es la del Buen Pastor puesto que se trata de “mis ovejas”. Pedro es llamado a hacer de Jesús. Si era piedra porque la piedra es Jesús, ahora es pastor porque el pastor es Jesús. Va a morir también mártir como Jesús: “cuando seas viejo otro te llevará donde tú no quieras” (21,18) “No se haga mi voluntad, sino la tuya” .
Los apóstoles, y aparece en los Hechos, le consideraron siempre su jefe en la Iglesia primitiva. No se trataba de un poder tiránico. Jesús había prevenido contra los excesos de autoridad compensándola con la amistad y fraternidad, pero no se puede negar que, siendo uno el poder de Pedro y también procedente de Cristo, y semejante, el de los Apóstoles, Jesús está invitando a ejercerlo en armonía, pero sin negarle a Pedro su puesto. En la intención de Jesús primado y colegialidad están estrechamente unidos.

LA VOLUNTAD DE DAR COLABORADORES A LOS DOCE

La constitución del grupo de los doce no significa que no hubo una llamada a otros discípulos. Sabemos que había muchos (Jn 6,60-66) y que no eran simples creyentes sino que compartían su vida y sus fuerzas a la obra por Jesús emprendida. El mismo joven rico de Mc 10,21 escucha la llamada de seguirle y de hecho abandonan sus bienes para poder hacerlo de modo que viven un nuevo estado de vida.
Lucas nos relata una misión distinta pero semejante a la de los doce. Tras los doce envía a setenta y dos, es decir, seis por apóstol, doce por pareja. Se trata de una misión con poder y les dice palabras sorprendentes ya que no son apóstoles: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha y quien os rechaza me rechaza a mí, y quien a mí me rechaza, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10, 1-16) .Son tan semejantes los poderes concedidos (“Hasta los demonios”) que no se puede negar que la misión de Jesús se ha dado a los apóstoles y a los setenta y dos.
Jesús ha querido compartir e instituir una misión con los doce y con un gran número de discípulos que tienen un cargo análogo. La autoridad de los doce es superior, pero la semejanza entre la misión de los doce y los setenta y dos es manifiesta. Jesús ha querido que los doce estén rodeados de un gran número de colaboradores con un encargo sacerdotal semejante.
¿Pero quiso una estructura perdurable? Jesús no habló de sucesores, que se sepa, pero ciertamente tampoco lo negó. ¿Quiso la Iglesia para siempre? ¿Esperaba un fin del mundo inminente o no? Si esperaba el fin del mundo de forma inminente y se equivocó, ciertamente tampoco hubiera querido una Iglesia y unos apóstoles permanentes.
Pero la atribución de error sobre la proximidad del fin del mundo a Jesús es arbitraria. Mc 13,32 es un testimonio de la ignorancia de Jesús. Jesús dice que la obra de la evangelización debe ser antes (Mt 24,14) y por eso se debe evangelizar a todos (28,19) y esa misión universal requiere un inmenso futuro (Mc 16,15; Lc 24, 47; Hech 1,8) y no puede realizarse en breve plazo.
El papel único como testigos de los doce no significa que no quisiera Jesús sucesores con el mismo poder que ellos, en cuanto sacerdotes, habían recibido. La misión eucarística (“Haced esto”) permanece mientras haya hombres. A nadie debería extrañar que Jesús no redactara estatutos sino que asentara principios. La continuidad con los doce, es decir, la sucesión apostólica se deduce del don del sacerdocio sólo a ellos. Y tampoco es de recibo que el Espíritu Santo vaya a llevar la contra a Jesucristo haciendo sacerdotes a un grupo carismático, por ejemplo, como pensó Marción.

EL SACERDOCIO EN LA DOCTRINA DE SAN PABLO

EL SACERDOCIO DE JESÚS

Pablo no habla, como tampoco había hecho Jesús, de sacerdocio para definir la misión del mismo Jesús, pero sí habla de sacrificio para manifestar el sentido de esta misión de Jesús. “Cordero Pascual” (1Cor 5,7) que nos obliga a vivir en pureza, sin levadura vieja, sino en la verdad, Jesucristo es, por ello, según Wendland, aquella víctima que impide, con su sangre, la muerte y alimenta para la liberación como en otro tiempo, en Egipto, el cordero que fue consumido en la noche de la huida. Es la víctima del sacrificio. Pero ¿quién es el sacerdote? El que se ofrece es el mismo Señor: “Cristo os ha amado se ha dado a sí mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio de suave olor” (Ef 5,2). Gnilka observa que ahí es presentado como modelo pero también como puerta de la salvación que se ha operado en Él . Es el sacerdote definitivo puesto que ha conseguido la promesa que los sacrificios anunciaban. En realidad es la misma doctrina de Hebreos. La perfección del sacrificio está en el espíritu con que se realiza: en el amor. En el sacerdocio judaico todo eran encargos. En este nuevo sacerdocio hay amor. Gal 1,3-4 indica que el sacrificio por el que hemos sido librados es un sacrificio expiatorio, el de Jesucristo en el que se entrega a sí mismo.
En conclusión, en Pablo hay una doctrina sobre el sacrifico de la cruz que supera y da cumplimiento al significado de todo el orden ritual anterior puesto que es un sacrificio donde el que lo ofrece lo hace con amor y a sí mismo..Es inseparable de la concepción que tiene de Jesús. Jesús es Dios.

EL SACERDOCIO DEL APÓSTOL

San Pablo tampoco se llama a sí mismo sacerdote, pero tiene la conciencia de continuar la misión de Cristo y entiende que también tiene que ofrecerse a sí mismo por Él y por los que Él ama, como víctima.
Su misión no es específicamente ritual porque entiende que antes debe predicar el evangelio para la conversión (1Cor 1,14-17). Ello no significa que no comprenda el valor del bautismo (Rom 6,1-11)El alejamiento de los sacerdotes del templo cuando recibe la misión de Cristo en el camino de Damasco va unido a una conciencia de ser enviado como siervo para la conversión y remisión de los pecados de todas las gentes (Hech 26,16-18 recordando Is 42,7) tal como le explica a Agripa.
Pero cuando define su misión lo hace con vocabulario cultual: “Doy culto al Señor en el Espíritu anunciando el evangelio de su Hijo” (Rom 1,9). Ciertamente eso podría tomarse como metáfora si no insistiera en que lo considera realmente un culto, es decir, una ofrenda sacrificial. Entiende que la conversión es verdadera ofrenda sacrificial (15,15-16) puesto que está santificada por la acción del Espíritu Santo. Lo interesante es que el ministro que ofrece esa ofrenda es Pablo. De ahí que pueda traducirse el título de “ministro” (leiturgon) y su función (hierorugounta) por sacerdote y sacrificio aunque la P O 2 no ha dado esa traducción y el sentido podría entenderse como metafórico, si no fuera porque el sentido realista se ve corroborado por otros textos. ¿Está haciendo referencia al sacerdocio levítico? Lo que no se puede poner en duda es que considera este servicio como un servicio escatológico, y por tanto con un significado salvífico, lo cual lo pone en paralelo con el sacerdocio levítico.
Si la tarea de Pablo es de tal categoría que sustituye todas las tareas levíticas, hemos de reconocer que lo que vive es un sacerdocio si bien ejerce más específicamente dentro de este sacerdocio la función profética. El sacerdocio que es toda su vida, espera culminarlo con un sacrificio cruento, el de su sangre (Fil 2,17) semejante al del sacerdote cuando asperje la sangre sobre el propiciatorio y sobre el pueblo. Aquella sangre consagraba la alianza y santificaba a los miembros del pueblo en un pacto de sangre con el mismo Dios cuya ira era aplacada el día de la expiación con ese rito. Pablo se ofrece como mediador. Ciertamente es lo que dice Hebreos de la sangre de Cristo.
El modelo es Jesús cuando da testimonio ante Pilato del sentido sacrificial de su vida como un testimonio de Dios y su verdad con su sangre. Pablo está haciendo lo mismo para salvar a los hombres. Así que la distancia entre el sacerdocio de Pablo y el levítico es igual al de Cristo y los sacerdotes judíos: éstos no se ofrecen con amor a sí mismo mientras que Cristo y Pablo sí, pero como la conversión está precedida de la predicación de la verdad, ésta, que comporta sacrificio, también es un ejercicio del sacerdocio nuevo, el del amor. Tal sacerdocio no es el ofrecimiento eventual de una ofrenda, sino que comporta toda la vida, una vida que, desde Damasco, es una vida de libertad para ofrecerse cultualmente a Dios.
Como característica, pues, del nuevo sacerdocio, está la nueva alianza que este sacerdocio realiza, ya no en la letra sino en el Espíritu (2 Cor 3,6). La alianza antigua con su palabra sin Espíritu sólo cumplía exteriormente y sin amor el contenido de la ley y así creía justificarse. El ministerio de la nueva Alianza revela en Cristo al verdadero Dios (2Cor 3,8-17) y por eso es caduca toda palabra anterior. Entendemos que el ministerio es la acción predicadora de Pablo y que ese ministerio es la mediación de la Palabra que es Cristo para los hombres. Tal mediación transforma a los mismos hombres porque procura una auténtica experiencia de Dios al que contemplan cara a cara (2Cor 3,14-18). Tal ministerio es por eso liberador puesto que quita al hombre la ceguera y la impotencia. Esos aspectos liberadores hacen del ministro agente de reconciliación (2Cor 5,18). Si ese ministerio se redujera a un anuncio sin cumplimiento estaríamos de nuevo en el Antiguo Testamento. El ministerio de la condena, es decir, el anuncio de la ley y las penas de los pecados, para que los hombres, por miedo, se arrepintieran, era necesario pero insuficiente, es el ministerio del Antiguo Testamento (2Cor 3,9), y era necesario para que apareciera el nuevo ministerio, el de la reconciliación por el que el ser humano entra en el cielo por el amor, porque ha visto el amor de Dios.
Considerarse servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1Cor 4,1), colaborador de Dios (1Cor 3,9), va en ese mismo sentido. Pablo, en fidelidad a Cristo (vers. 2) no da lo que no es suyo, sino que da a Cristo. Misterio se entiende por revelación y cumplimiento de la voluntad salvífica de Dios sobre todos los hombres (Rom 16,25-26; 1Cor 2,1 y 7). Administrador es el gerente y recuerda el oficio apostólico que señala Mt 13,11 y Lc 8,10, así como Mc 4,11 y Lc 22,28-30.
Por eso, Pablo no es simplemente el que obedece prescripciones rituales, su sacerdocio, en fidelidad, realiza plenamente con la predicación, el ejemplo, el amor y la misma reconciliación la obra definitiva de Dios, siempre en el servicio y no en el dominio del hombre. Así tenemos el ejercicio de esa autoridad en el incestuoso de Corinto (1Cor 5,1-13) porque posee de Cristo su exousía para edificación (2Cor 10,8) como Cristo (1Tes 2,7), es decir, con amor, pero también con inteligencia.
La edificación del nuevo templo, conseguida inicialmente en la resurrección de Cristo, se desarrolla, bajo el ministerio apostólico, en la edificación de la misma Iglesia. Pero un templo (¿No sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros? 1Cor 3,16) es precisamente el lugar del sacerdocio. La colaboración con Dios en la edificación de ese templo da un campo enorme y una dignidad a la libertad humana. Pablo siente esta colaboración plenamente como su misión de evangelización. No es un servicio limitado ni pasivo, sino que Pablo empeña todos sus recursos en la empresa que le abre al infinito puesto que ha entrado en la libertad de Cristo.
Se puede argüir dos cosas en contra. La primera que no consta la fecha de la ordenación de Pablo, la segunda que en ese sentido el sacerdocio de Pablo podría ser el sacerdocio bautismal de un santo. Pero esto no es cierto. Si fuera el sacerdocio bautismal no tendría carácter de jefe ni se llamaría ministro.
En consecuencia, el ministerio, que no acoge directamente el carácter cultual por ser más amplio que el ejercido por los antiguos sacerdotes, es una misión proveniente de Cristo que ofrece la propia vida para la santificación de los que forman el cuerpo y el templo de Cristo. Ministerio de la palabra para operar la conversión y la reconciliación. Ministerio del misterio de Dios que es el amor definitivo de la cruz en la que Pablo quiere participar y hacer participar a los demás por el bautismo.
Aunque el culto es espiritual no significa que no sea ritual, sino que los ritos ahora están llenos de amor y de Espíritu y en ellos se cumple ciertamente la alianza, es decir, la bendición de la sangre de Cristo derramada. Misión que nosotros llamamos sacerdotal. Y que es una participación de la potencia creadora de Dios en el Espíritu que transforma al ser humano, sin negar la responsabilidad personal y la libertad del ministro y de los sujetos del Evangelio (1Cor 2,4).
Señalemos, finalmente, que la Pascua es precisamente el núcleo de ese evangelio: “Llevamos la muerte de Jesús para que … la vida de Jesús actúe en vosotros” (2Cor 4,10-12).

EL SACERDOCIO COMÚN Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL

AFIRMACIONES EXPLÍCITAS DEL SACERDOCIO COMÚN, EN APOCALIPSIS Y EN 1 PEDRO.

En Ex 19,6 hace el Señor la promesa de que la santidad sacerdotal, si se cumple la alianza, se extenderá a todo el pueblo de Dios. Ésa es la promesa que parece haberse cumplido en Cristo. Se trata del sacerdocio bautismal. El sacerdocio ministerial, a primera vista, robaría al bautismal la cercanía de Dios si se entendiera como se entendía el sacerdocio del Antiguo Testamento. Ya hemos explicado que si se entiende como servicio al modo de Cristo no puede robarle nada, porque en ese caso, también Cristo robaría al ser humano su dignidad. Eso último es la sospecha marxista o la tentación de nuestros primeros padres: es necesario eliminar a Dios para ser libres, para ser Dios. Es pensar que Dios es un vampiro y que, de existir Él, nunca seremos libres.
En el Apocalipsis 1,6; 5,10 y 20,6 hay tres afirmaciones de que Jesucristo ha traído ese reino de sacerdotes, aunque el acento está puesto sobre que esos sacerdotes reinarán. Si hay un único sacerdocio, el de Cristo, no es posible otro sacerdocio que una participación del sacerdocio de Cristo y de Dios (20,6). La afirmación de la divinidad de Cristo convierte la participación del sacerdocio de Cristo en la participación de la misma vida divina. Así, dicha participación consiste en una santidad que nos hace capaces del encuentro y cercanía de Dios , aunque esa santidad se da antes de la muerte asegurando así la salvación eterna. El aspecto de santidad sacerdotal significa así una liberación por la que somos reyes, es decir, libres y dueños de nosotros mismos, dominadores de la muerte. La santidad y la dicha propia de la libertad coinciden.
La primera carta de San Pedro en 2,5 y 2,9 nos habla del mismo tema, asociando el sacerdocio a la realeza . El autor insiste en el hecho de poder ofrecer sacrificios que Dios acepta por Jesucristo. Evidentemente ésa es la novedad que da la bendición. Poder ofrecer un regalo aceptado es poder entrar en la intimidad del otro a través del regalo. Se trata de una especie de prenda cuya aceptación obliga. Pero no se trata de un sacerdocio de sustitución de otros sino un sacerdocio por sí mismo como parte del pueblo y del cuerpo sacerdotal, cuyos títulos asociados son ”raza elegida”, “pueblo adquirido” y “nación santa”. Es evidente que la adquisición no es el premio de la ofrenda, sino la condición de la misma. Pueblo de salvados que cuando la reciben pueden ofrecer sacrificios y construir la morada espiritual (1Pe 5) en evidente referencia al don de la construcción del templo, que fue regalo de Dios a Salomón. Se trata también del cumplimiento de las promesas de Ex 19,6 e Is 61,6: “Vosotros seréis llamados sacerdotes de Yahveh”. Los sacrificios son llamados espirituales no en el sentido de sacrificios menores a los materiales, sino de sacrificios de la propia persona movida por el Espíritu Santo.
Por otro lado esos sacrificios no necesitan la intervención de un sacerdote para su inmolación. Por ser espirituales son ofrecidos por el que hace el don de si mismo, en imitación de la ofrenda sacrificial de Cristo por el camino del sufrimiento para entrar así en la gloria. De ahí el autor deduce la espiritualidad de la cruz característica de todo cristiano, en el amor (2,20-21; 3, 17-18). Hemos sido salvados y constituidos sacerdotes por la salvación en el Arca a través del bautismo (3,21) que nos da la resurrección si aceptamos la participación de la cruz. (4,1). La realeza de Cristo es esa victoria sobre el sufrimiento. La realeza se logra por el sacrificio.
El sacerdocio es comunitario. Pues aunque cada ofrenda es personal, la morada es colectiva, no indica la simple inhabitación del Espíritu en cada creyente sino el edificio de toda la Iglesia habitada por el espíritu, y por eso el sacerdocio del Espíritu reside en la comunidad. Por cierto que esa comunidad es la Iglesia total, la universal, no la local.
El carácter comunitario de este sacerdocio ayuda a evitar toda confusión con e sacerdocio ministerial.

EL SACERDOCIO COMÚN EN SAN PABLO Y EN OTROS ESCRITOS DEL NUEVO TESTAMENTO

San Pablo en la primera carta a los corintios (3,16-17)tiene una afirmación parecida a la de 1Pe 2,5. “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él, porque el santuario de Dios es santo y vosotros sois ese santuario”. Se trata de la casa de Dios. Si dice vosotros no se refiere a cada uno necesariamente. Acaba de hablar de la Iglesia (3,9), así que el sentido de todo ello es más colectivo que individual. Sin embargo en 6,19-20 habla del cuerpo como santuario de Dios y por tanto pertenencia de Dios, consagración a Dios, de donde deduce que tenemos que obedecerle y servirle y por tanto no regalarnos a la carne. Evidentemente la doctrina del sacrilegio es la que está a la base de este pensamiento. Pero detrás del sacrilegio y la gravedad del mismo está justificada por ello, está la consagración bautismal. La consagración bautismal no deja al hombre como era antes, sino que lo separa, como a los sacerdotes, para pertenecer a Dios sólo. Se trata, pues, del sacerdocio bautismal. Ese sacerdocio es superior al levítico porque consagra el santuario humano el mismo Espíritu Santo y obtenido por la sangre de Jesús con la que se compra la salvación del hombre. La noción teológica de esta compra inamisible es la del carácter. Del carácter parece hablar Pablo en 2Cor 1,21-22 cuando dice que Dios nos marcó y nos dio las arras del Espíritu, y en Ef 1,13-14; 4,30.El sello se pone para marcar la propiedad. Quien es propiedad debe servir a su Señor.
En la carta a los romanos 12,1, Pablo habla de culto espiritual ofreciéndonos como víctima. Nos recuerda a Pedro 2,5 también. La ofrenda del cuerpo no es la de acciones morales simplemente. Pablo habla de culto de razón, es decir a la renovación de la mente (12,2), conversión de mente y corazón. Ésa es la ofrenda del hombre, es decir, a sí mismo con una obediencia alegre y fiel. En 6, 3-13 Pablo ha hablado, después de decir que hemos muerto y resucitado con Cristo, de que vivamos una vida nueva en la que nos ofrezcamos a nosotros mismos a Dios y que, con estos nuevos miembros resucitados, hagamos obras de justicia. Es evidente, pues que somos sacerdotes nuevos que, pertenecientes a Dios, consagrados de modo perpetuo, nacidos para Dios, debemos ofrecernos a Dios con toda nuestra existencia, con Cristo, pascua nuestra y ofrenda definitiva al Padre. La existencia se vuelve culto sacerdotal.
En la carta a los filipenses 2,17 Pablo ve que su sangre puede ser ofrecida como sacrificio. Es claro que nadie puede dar más allá de la propia vida. A eso Pablo le llama liturgia de la fe u ofrenda de la fe: “Y aun cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda de vuestra fe”. La fe es el culto verdadero y consiste en la ofrenda de la inteligencia y la voluntad y reemplaza al sacrificio levítico. Cada cristiano posee un sacerdocio por el que puede ofrecer a Cristo su persona. Del mismo modo aparece la caridad como culto en 4,20 y en 2,30. Es evidente que el cumplimiento de los sacrificios del Antiguo Testamento para Pablo es la fe y la caridad del cristiano.
Deberíamos aquí hablar de otros escritos del Nuevo Testamento para ver si la fe y la caridad es la ofrenda de los creyentes y el ejercicio de su sacerdocio. Está en Hebreos 13,15-16 pues dice que la alabanza a Dios y la caridad entre los hermanos son los sacrificios agradables. Esto se dice en el contexto de la carta en la que aparece el don de Cristo de sí mismo como el cumplimento de lo que estaba figurado en el Antiguo Testamento con los sacrificios rituales. Está también la idea de que la fe y la caridad son el culto en Espíritu cuando dice que la religión verdadera es visitar a huérfanos y viudas y mantenerse incontaminado de este mundo (1,27). Santiago insiste en el punto de que la verdadera religión es la que se demuestra en la práctica. En la doctrina de Jesús en la Samaritana se habla de adorar al Padre en Espíritu y verdad (Jn 4,23). Evidentemente se trata de una apuesta en contra del ritualismo del culto, ligado a lugares y a tiempos, exterior al ser humano, aun reconociendo que existe una religión verdadera (4,22) donde hay un verdadero conocimiento de Dios, y pide un culto interior. Si ha venido lo definitivo, que es el amor y la fe, dejan de tener sentido las figuras y lo provisional. Esta misma declaración tiene relación con la reconstrucción en tres días del templo (I. de la Potterie), del verdadero y nuevo templo, que es Cristo. Llega con Cristo el Espiritu y la Verdad. Ahora el Espíritu, agua viva (7,37-38) mueve el corazón para reconocer la verdad y vivir en ella, en Cristo. Jesús indica que la adoración es ahora filial: adorar al Padre en Espíritu y Verdad. Dios es espíritu y la adoración es espiritual, significa plenamente divina. El hombre ha sido elevado. Se trata, pues, del nuevo culto que Jesús realiza en su propia persona. La situación de pecado de la mujer no da culto. Pero Jesús viene a salvarla, a darle la vida divina, el agua viva del Espíritu que eleva sus disposiciones y le da la santidad, y con ella la capacidad para adorar al Padre. La mujer ha sido elevada al sacerdocio para lograr la verdadera adoración cuando su vida se ha colocado bajo el dominio de la Trinidad con una consagración realizada perfectamente en Jesús. Es universal puesto que supera el sexo y la nación. Y se difunde con el entusiasmo del testigo que abandona, con el cántaro, la antigua vida. No niega la sacramentalidad, puesta de relieve en 3,5-6, sino que la vida en el espíritu nace del bautismo y se dirige a la eucaristía, que es espíritu y vida, tal como la describe en 6,63, ya que la carne y la sangre de Cristo dan la vida eterna.

REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE LA RELACIÒN ENTRE AMBOS SACERDOCIOS

La relación entre ambos sacerdocios no está oculta a los ojos de los escritores neotestamentarios. El sacerdocio bautismal, universal, impone, según piensa Jesús, una nueva santidad que forma el Espíritu y que hace capas de verdadero culto a Dios. Pero existe otro ministerio sacerdotal que no retrata una realidad idéntica o marca una diferencia superficial. La diferencia es de misión. A los doce se les encarga la misión de ser pastores y están investidos de la autoridad necesaria para anunciar el evangelio, celebrar la eucaristía, perdonar los pecados y dirigir a la comunidad. Tal misión es servicio y es esencial y única. Ello no significa que el carisma o el testimonio de alguno de los laicos no ejerza un influjo superior al del pastor. Pero la misión del pastor sigue siendo única.
Los pastores y los fieles están llamados a un culto en espíritu y verdad y al testimonio personal. La carga de pastor es añadida a ésta del culto y el testimonio. Pero entendamos que el sacerdocio ministerial, a diferencia del bautismal, no constituye un fin en sí mismo. El sacerdocio ministerial sirve al bautismal a conseguir sus fines, y no al revés: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordena el uno para el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdocio de Cristo. Su diferencia es esencial no solo gradual. Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo: los fieles, en cambio, en virtud del sacerdocio real, participan en la oblación de la eucaristía, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante.”
El sacerdocio bautismal sólo en colaboración con el ministerial se puede ejercer, y eso aparece especialmente en la Eucaristía. En la celebración eucarística, los cristianos se ofrecen a sí mismos uniéndose a a la ofrenda del Cristo que se realiza por ministerio del sacerdote. También la ofrenda de la fe se vive en unión con la profesión de fe de la Iglesia y por eso con la unidad que promueve en ese campo la autoridad docente de la misma. Incluso la caridad y el testimonio se han de realizar en el orden correspondiente en el que tiene un papel directivo el ministerio de reconciliación y unidad que el sacerdocio ministerial. Hasta en el caso del matrimonio en que los ministros son los propios contrayentes el matrimonio es válido si su función está aceptada y regulada por el párroco.
A primera vista esta condición reduce la autonomía religiosa del laicado, pero no es así, sino que evita la lucha por el poder y llama a la unidad y a la caridad mutua.
De ahì que no se pueda considerar el sacerdocio común como origen del ministerial o como principio del mismo porque no podría conciliarse con la voluntad de Cristo, y, aunque los dos han sido establecidos por el mismo Cristo como dos dimensiones de la Iglesia y se ordenan entre sí mutuamente, no son reductibles el uno al otro. El ministerial tiene como objeto la misión de Cristo pastor, y, por tanto, servir en su propia función: formar y dirigir al pueblo sacerdotal, ofrecer en su nombre el sacrificio eucarístico y unir a la Iglesia ofreciéndose con Cristo por ella (LG 10). El otro, que no se puede ejercer sino en cooperación con el ministerial, puesto que la ofrenda de los fieles se realiza por medio del ministerio, está por ello ordenado también al anterior. Incluso el vínculo del sacramento del matrimonio con el ministerio parece necesario. ¿Disminuye la iniciativa del laicado? Bien entendido, el sacerdocio ministerial necesita del laicado y favorece su propia fecundidad.
Descubrir la profundidad de la llamada del sacerdocio común sólo desde la Encarnación, por la que la naturaleza humana de Jesús ha sido consagrada, puede hacerse. Jesús hombre obedece a Dios porque le pertenece. Tal consagración culmina en la obediencia de la cruz. Si el objetivo de la Encarnación era la difusión de la santidad en el mundo por el bautismo, la vida individual del cristiano es una prolongación de la vida de Cristo, hasta el punto de que puede consumar en sacrificio toda ella a través de la participación en el de Jesús por la eucaristía. Esto comporta una divinización de la vida humana, que, al menos interiormente, realiza el sacrificio de la cruz.
La Encarnación ha implicado una consagración integral de la naturaleza humana de Jesús en la inseparabilidad de las naturalezas en la persona divina. La consagración consiste en la obediencia o pertenencia del hombre a Dios. En nadie como en Jesús se ha dado mejor esta pertenencia, esta santidad. El bautismo es una prolongación en el cristiano de la Encarnación puesto que, a imagen de Cristo, el bautizado es puesto bajo el Señor para participar en el amor y culto ofrecido al Padre que se consuma en el sacrificio. Así la santificación se da en el bautismo como divinización de la vida humana. No existe consagración mayor y compromete las fuerzas de la persona en ese don de sí.
La Encarnación ha convertido la vida del Señor en testimonio de la verdad y del amor. En ese sentido también el bautismo también la prolonga.
Pero el sacerdocio es una mediación. Incluso el bautismal. Ciertamente, como una especie de pasaporte, capacita para el encuentro con Dios y por tanto es el medio del encuentro con el Padre. Pero hemos de reconocer que no aparece ahí la innegable función mediadora respecto de los demás y del mundo. Sin embargo, si bien de modo distinto, toda la Iglesia es mediadora, y por tanto también todos sus miembros. Aunque sea distinta la función, hay una mediación que corresponde al ministerio y otra que corresponde al testimonio; hay una mediación interna en la Iglesia y una mediación de toda la Iglesia; hay una mediación ante Dios que realiza sólo el sacerdote aunque en representación de Cristo, que es cabeza de la Iglesia, ofreciendo la divina Víctima, el propio Cristo, en la Eucaristía y las ofrendas espirituales de los fieles, y otra mediación que es la de la oración y que se une a la primera desde cualquier lugar; hay una mediación que realiza el que ora y otra la mediación del que obra, puesto que obrar con espíritu de oración es mediación del laico..
Dice Galot: “”se puede recordar que el sacerdocio del pueblo judío había sido considerado como un ministerio hacia las otras naciones (Is 61,6). Se trata pues de una intercesión a favor de todos los hombres y un testimonio ante los que pueden observar de cerca dicha mediación.
El sacerdocio de Cristo es uno, y por eso el sacerdocio común es comunitario. En la humanidad dividida por el pecado, por la caridad, realiza el ministerio de la unidad y la reconciliación. No puede ser entendido dicho sacerdocio como exaltación de la personalidad individual a expensas de la armonía comunitaria ni puede ejercerse por cada uno independientemente del ministerial de los sacerdotes y del de los otros bautizados.
Y esto es porque Cristo no es sólo el modelo sino el jefe o la cabeza del Cuerpo Místico y con ese título ejerce su salvación sentado a la derecha del Padre. Su poder no es simplemente el de la verdad como si ésta fuera un premio que recibe el mejor corredor, Él es la verdad, y, por eso posee la autoridad de enseñar y regir al rebaño como buen pastor. Es el servicio de su poder es decir, no se puede negar ninguno de los extremos: su servicio es su autoridad. Su servicio no se opone a la libertad de las ovejas, la realiza en la obediencia de éstas mismas. Su poder es también su amor y por eso se realiza en el sacrificio redentor. Ésta es la cualidad que representa el sacerdocio ministerial.
De este modo la Encarnación por la que Jesús llega a todo hombre y lo pastorea es la fuente de ambos sacerdocios. El laical porque la Encarnación significa la cercanía de Dios y su toma de posesión del hombre. El ministerial porque la Encarnación significa, por esa toma de posesión, el pastoreo del ser humano. Cada uno de los dos sacerdocios simboliza la entrega de Cristo, pero uno, el laical, en cuanto pertenencia, mediación intercesora y testimonio de santidad y de amor y unidad en una sola Iglesia, el ministerial en cuanto jefe y pastor que da la vida por las ovejas.
Este sacerdocio ministerial necesita una consagración y una misión especial. Jesús pide dejarlo todo por ello y el dominio de Dios sobre ellos está destinado a cumplir exactamente la misión de víctima que asumió Cristo a favor de los hombres en cuanto pastor. No les separa de los hombres, puesto que Jesús fue profundamente hombre para representarlos.

EL SACERDOCIO EN LA HISTORIA

EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS. LOS DOCE. PENTECOSTÉS. LOS APÓSTOLES. LOS SIETE. ORIGEN DE LOS PRESBÍTEROS. FUNCIONES DE LOS MINISTROS.
“La importancia del grupo de los doce aparece por la prisa con que es escogido el duodécimo apóstol para reemplazar a Judas. Según el discurso de Pedro, que actúa con la autoridad de un jefe supremo, la necesidad de este reemplazo resulta del plan divino anunciado en la Escritura”. Tras la muerte de Santiago ya no se planteará la misma necesidad, pero sí ahora, porque se trata del nuevo Israel. El grupo debe estar completo en vistas a Pentecostés. El papel de los doce es calificado por Pedro como el de “testigos de la resurrección” (Hech 1,22) y al candidato se le elige entre los discípulos. Pentecostés es el acontecimiento en que el Espíritu Santo constituye formalmente la Iglesia, el nuevo Israel de las nuevas doce tribus, con sus nuevos doce patriarcas. Es evidente que los apóstoles interpretan que ésa fue la intención de Jesús.
En Pentecostés los apóstoles reciben el Espíritu que los capacita para realizar la misión recibida de Cristo. Así, aun cuando la institución fuera en la Cena, el Espíritu por el que los sacramentos adquieren validez comienza en Pentecostés. Y eso ocurre también respecto al sacerdocio.
Pero ¿y la imposición de manos? Esa pregunta no es ilógica, y hay una imposición en Lc 24,48-50 cuando antes de prometer la potencia de lo alto el Espíritu Jesús les impone las manos. Pero sabemos (y nos extrañamos de ello) que no hay una ordenación específica que debió ser señalada y recordada en los evangelios aunque quizá esa imposición de manos tenía ese carácter. También extraña que los apóstoles no se bautizaran. Los teólogos interpretaron que Jesús en su humanidad tiene contenidos todos los sacramentos: el contacto con la humanidad de Jesús se produce en ellos como una cita posteriormente a Pentecostés, en que los sacramentos comienzan a tener virtualidad.
Matías no recibe aparentemente una ordenación sino una elección, pero Pablo sí se bautiza.
Lo que sí es evidente es que los apóstoles están en el inicio de la Iglesia y aparece con claridad que Pentecostés posee un valor sacerdotal porque en Pentecostés comienza la Iglesia y da vida a una comunidad estructurada, diversificada, tal como la había querido e instaurado Jesús. El efecto del Espíritu, recibido de modo particular por los Apóstoles (lenguas de fuego) y de modo distinto por los demás fieles, hace en ellos el efecto de la ordenación si ésta no había ocurrido antes. Ahí se ve como diferente el sacerdocio ministerial y el común de los fieles. El don del Espíritu continúa las palabras y gestos de Jesús que había formulado la misión y poderes, había rezado para pedir al Padre su consagración (Jn 17,17) y había impuesto las manos sobre ellos (Lc 24, 48-50). Pero el efecto de todo ellos comenzó a verse desde Pentecostés.
¿Hay aquí algo distinto de la confesión de los pecados en Pedro o en Dimas? El buen ladrón pide perdón reconociendo sus pecados, también Pedro cuando la segunda pesca milagrosa (Jn 21) es interrogado sobre si ama “más que éstos” ya que había dicho que “aunque todos le negaren él nunca le negaría”. ¿Es perdonado Pedro o Dimas en ese momento o tuvieron que esperar a Pentecostés que en teoría es cuando los sacramentos de Cristo entran en función? Ciertamente en ese momento, pero sabemos que hay un aspecto negativo, el perdón, y otro positivo, la gracia del Espíritu, en ese sacramento. Es claro que el Espíritu actuó antes de Pentecostés, porque María está llena de gracia y concibe por el Espíritu. Por tanto pudo también actuar la gracia en los Apóstoles. Pero los efectos de esa gracia se ven en la plenitud del Espíritu en Pentecostés.
Los apóstoles comienzan a ejercer su sacerdocio desde Pentecostés, tanto en la predicación como en la fracción del pan eucarístico, ordenar a los siete o confirmar (Hech 8,14-17). Son los presidentes de la oración de la comunidad (Hech 6,4). Antes eran “seminaristas”. Entre ellos, Pedro desempeña un papel de primer orden, predica en nombre de todos, admite a los paganos y preside el concilio (Hech 2,14; 5,29; 10,48; 15,7-12).
Los doce tienen una autoridad universal aun mandados por Pedro y por eso no están asignados a ninguna Iglesia particular. Santiago el hermano de Jesús, obispo de Jerusalén, sí (Hech 12,17; 21,18) pero no es de los doce. Los doce retienen siempre su autoridad universal. No los obispos posteriores que, individualmente, tienen autoridad sobre su diócesis. Posteriormente el título de apóstol se extiende a algunos más que los doce; en Gal 1,19 llama a Santiago, el hermano del Señor, apóstol. Ya vemos que ése no era de los doce. Es sin embargo de los jefes de la Iglesia (“columna” le llama Gal 2,9). Lucas asigna el título de apóstol a Bernabé y a Saulo. Ellos reciben una imposición de manos en Antioquía (Hech 14,4-14). Muchos han interpretado esa imposición no como una ordenación, ya que Pablo piensa que es apóstol por una llamada especial de Cristo, sino como una misión y una despedida. Sin embargo, el que después de la llamada tuvo que ser bautizado, ¿por qué no va a ser ordenado? Por otro lado, el ayuno y la oración que preceden a la imposición son característicos de la ordenación; además, se habla de separar y consagrar y eso también lo es. Lucas, después de ese rito ya los llama apóstoles.
Por otro lado, y aunque llame profetas y doctores a los de Antioquía, tienen una función de orden cultual. La Didajé los nombra como sacerdotes (15,1-2; 13,3) y Pablo también en 1Cor 12,28 y Ef 4,11. Son los jefes de la comunidad. Sabemos que sólo los obispos pueden hacer obispos o sacerdotes.
Por tanto probablemente eso sea la ordenación de Pablo y Bernabé.
Si Pablo había recibido una llamada especial de Cristo también requirió una investidura de la Iglesia. Después él mismo investirá presbíteros en las nuevas comunidades (Hech 14,23).
Entre los anteriormente nombrados profetas y doctores y los apóstoles hay diferencia en el uso de Pablo. Los testigos de la resurrección parecen ser apóstoles (2Cor 8,23) y tienen una misión más amplia que los jefes de las comunidades en virtud de ese testimonio: la evangelización itinerante. Pero la imposición de manos asegura la consagración y el don del Espíritu en vistas al cumplimiento de esa misión.
Por eso podemos decir que los obispos hicieron sacerdote y obispo a Pablo.

EL MINISTERIO PRESBITERAL
La ordenación de los siete, según una larga tradición, fue la diaconal, pero según otra, a partir del Crisóstomo, no se trataría ni de obispos, ni de presbíteros ni de diáconos.
¿De quiénes se trataba?
Lucas, que había dicho que los doce fueron llamados apóstoles, no dice que los siete sean diáconos.
Nosotros vamos a sostener que es muy posible que se trate de presbíteros. Esta teoría ya la leí hace tiempo en Danielou. Ahora la leo en Galot.
En primer lugar por servicio de las mesas no creo que se deba entender la caridad.
El servicio de caridad era común entre los judíos. Tres hombres, entre los judíos, aseguraban la asignación del dinero necesario semanal para catorce comidas semanales en toda Jerusalén para cada pobre. Parece excesivo que para la pequeña minoría helenista se designen siete en este servicio. También parece excesivo que la corrección de la distribución de los dones tuviera necesidad de una asamblea general. Era cosa obvia y los pobres suelen ser vergonzantes. Entonces lo que queda es pensar que aquello fue otra cosa.
Esa cosa requería hombres llenos de Espíritu Santo y sabiduría. Esteban se dedica a la predicación, como Felipe, el cual viaja para ello.
¿Qué servicio era pues el de las mesas?
Posiblemente fue el servicio de las pequeñas celebraciones de la eucaristía.
Si pensamos así tiene sentido casi todo.
Partamos ahora de la hipótesis de que aquella ordenación fue una ordenación presbiteral o episcopal. Seguramente presbiteral porque los apóstoles confirmarán a los que Felipe bautice en Hech 8,14-15 .
Ellos ejercían así el servicio de las mesas, es decir de las misas (2, 46). La enseñanza de los apóstoles 82,42) no era lo mismo que lo de las casas. La mención de las comidas habría sido inútil si se tratara de comidas ordinarias, de modo que eran eucaristías donde partían el pan en la alegría del Espíritu (Hech 16,34). El problema era la insuficiencia de los apóstoles para asegurar el servicio eucarístico. Las que se quejan son las viudas, es decir, las consagradas. El problema es la lengua litúrgica puesto que el arameo no lo entendían.
Ello explica la convocatoria de la asamblea y los apóstoles no se deben multiplicar en las eucaristías cuando ellos solos son los testigos de Cristo.
Por otro lado la institución de los siete no es una delegación de poderes simple. Hay una constitución (6,3) formal a través de la oración e imposición de manos que es en Nm 27,18s y Dt 34,9 una transmisión de poderes sagrados.
Así podemos concluir que los apóstoles tenían conciencia de su poder de trasmitir a otros el oficio sacerdotal recibido de Cristo. Para ello designan un presbítero. El papel de la comunidad es hallar a los aptos pero la vocación es obra de Dios.
Posiblemente hubiera presbíteros antes de la ordenacion de los siete, ya que los helenistas se lamentan de que ellos no tienen. Así piensa Dockx.
Posiblemente fueron elegidos entre los discípulos enviados en misión a ejemplo de los apóstoles a lo largo de la vida pública.
De entre ellos estaban Matías y José apodado el justo.
Probablemente habían considerado como definitiva la elección de Jesús, por eso no necesitaban ser instituidos por los apóstoles. El desarrollo de su cargo corrió a cargo del Espíritu en Pentecostés. Al principio se les llamaría hermanos (ciento veinte en Hech 1,15; cfr. 11,1; 12,17; 21,17) y posiblemente el nombre de presbíteros vino después. Hermano anciano o hermano presbítero se ve en Hech 15,23. La institución de presbíteros fue sistemática, como vemos en Hech 14,23 y Tit 1,5. El rito es la imposición de manos (Tim 4,14 y 2Tim 2,6) que se hace por los presbíteros con el apóstol. Aunque es un carisma no está opuesto ahí a la institución.

FUNCIONES DE LOS MINISTROS
Son sobre todo, una pastoral, otra doctrinal y otra cultual. La pastoral es la de autoridad (Hech 20,28) sobre toda la iglesia universal asociado a una asignación local (Hech 15). El concilio de Jerusalén los ve tomar decisiones con los apóstoles. En Hech 20,28 y en 1Pe 5, 2-3 se les llama pastores a imagen de Cristo pastor supremo, pastor y obispo de vuestras almas (2, 25).
Hay una continuidad en oficio y misión entre Cristo, apóstoles y presbíteros. Así lo explica Clemente Romano: “Los apóstoles establecían obispos y diáconos a los que daban el oficio de pastor, y cuando morían otros les sucedieron en la misión”.
La misión de gobernar la Iglesia de Dios o la propia casa aparece en 1Tim 3,5. No son simples conservadores o guardianes, tienen la triple función sobre la Iglesia universal, sobre la Iglesia local y sobre el futuro de la Iglesia. Es verdaderamente una misión.
La función doctrinal se ejerce por la preparación (1Tim 3,2) adhesión a la palabra fiel (Tit 1,9), la lucha contra los falsos doctores (1Tim 6,5), la fatiga en la predicación (1Tim 5,17) y la predicación constante.
La función cultual o sacramental se ejerce por la imposición de manos a los presbíteros (1Tim 4,14), la unción (Sant 5,14) y la eucaristía (Clemente 44,3-4; Ignacio en la Philad 4,1).
Comprobamos, pues, la sucesión jerárquica y la división jerárquica en la Iglesia desde sus inicios, así como las mismas funciones que se supone ejerce actualmente la jerarquía de la Iglesia.

DESARROLLO DE LA ESTRUCTURA MINISTERIAL
La evolución de los ministerios fue concebida por Harnack, siguiendo el hegelianismo, como una oposición entre el carisma y la institución. En realidad eso es una hipótesis nada más. H.Küng retomó esas tesis en una disertación sobre la iglesia de Corinto.
En realidad en Fil 1,1 se nombra a obispos y diáconos. Posiblemente los diáconos eran los presbíteros en aquel momento de confusión de nombres. Y si eso no era un hecho excepcional, entonces hemos de decir que había una autoridad que Hech 20,17 confirma en Éfeso. El Papa Clemente afirma que esas autoridades han sido puestas por los apóstoles. Ciertamente parecen equivalentes las palabras epíscopo y diácono o presbítero.
Vamos ahora a hablar de las palabras “Presbítero” “Obispo” y “Diácono” en los textos antiguos cristianos.
Los autores saben, y así lo dice Lemaire y Danielou, que presbítero significa para los hebreos rabino; posiblemente el término está tomado de los setenta ancianos de Num 11,16, según dice Linghfoot. Pero ¿corresponde el rabino judío al presbítero cristiano? No. El presbítero cristiano no es un rabino porque es un sacerdote.
El presbiterado es un ministerio sacerdotal.
Sin embargo tampoco es un sacerdote al estilo hebreo. Aquellos sacerdotes hebreos no tenían cuidado sino del templo. No eran los vigilantes de la comunidad local. Sin embargo, el sacerdote cristiano es el que cuida a esa comunidad local.
La palabra “episcopo” hay quien pensó en el pasado que correspondía a un dirigente o vigilante helenista. Pero tras el descubrimiento de Qumran se observó que había, en aquella comunidad del desierto, un mebaqqer o intendente que ejercía funciones de justicia y gobierno, y se intentó identificar al obispo con él.
Sin embargo observamos que el contenido del obispo viene del sacerdocio ministerial instituido por Cristo y vivido en la Iglesia. Las comunidades locales del Nuevo Testamento son dirigidas por un colegio de presbíteros-epíscopos sin que se pueda señalar diferencia notable entre ambos términos.
El primer testimonio de gran diferenciación está en las cartas de San Ignacio de Antioquía y la terminología en esas cartas es segura. Eso resulta chocante. ¿Cómo en pocos años se distinguió tan claramente e Ignacio, escribiendo a las comunidades, da a entender que esa terminología es universal porque no se detiene a explicarla? Lo primero que se nos ocurre es que quizá toda esa teoría de la confusión entre presbítero y obispo sea falsa.
Ignacio da por supuesto que todo el mundo sabe lo que es un obispo y lo que es un presbítero.
De ahí nos hacemos esta pregunta:
¿Obedecía esa diferencia a la voluntad de Cristo?
Al menos parece ser evidente en Ignacio.
Posiblemente aparece la distinción clara en Jerusalén con Santiago por tres datos: porque se distingue la autoridad, porque es vertical y sacramental y porque aparece la ordenación con transmisión de poderes.
Repito: se distingue claramente la autoridad del apóstol de sus colaboradores. Por otro lado, la estructura sacramental es siempre claramente vertical porque parte de Cristo. Siempre aparece la ordenación que transmite poderes.
Otra cosa son los nombres. Muy pronto, si pensamos en Ignacio, se condensan. Quizá una cierta incertidumbre es necesario aceptarla en los primeros tiempos en que se intenta poner en práctica las enseñanzas de Cristo.
La teología posterior fue muy complicada . Tras la claridad de Ignacio, vemos en Hipólito que habla de los grados de lector y subdiácono en el año 200 en su libro: “La Tradición apostólica”. Vemos que el papa Cornelio escribe al obispo Fabián en el 252 hablando de los siete grados de la Iglesia de Roma (presbítero, diácono, subdiácono, acólito, exorcista, lector y ostiario). En Oriente sólo tienen, además de obispo, presbítero y diácono, subdiácono y lector .
Después vienen las discusiones sobre el valor sacramental de todo ello. En general, los escolásticos a todo le dan cierto valor sacramental y algún tipo de carácter . Pedro Lombardo distingue en el orden más elevado, el sacerdocio, dos dignidades: obispo y presbítero, aunque al episcopado no le llama orden porque no confiere un poder especial sobre la eucaristía. Alberto Magno dice que sólo es un poder de jurisdicción .
San Buenaventura y Santo Tomás piensan mejor. El primero dice que algo tendrá cuando si pierde la jurisdicción queda la eminencia . Santo Tomás resalta que existe en él un poder relativo a ciertas acciones sagradas y un poder en el Cuerpo Místico que le confiere un orden especial (De perfeccione spiritualis vitae, 28). Ello significa que hay orden y no sólo jurisdicción porque hay cosas que no confía a otros como conferir las órdenes. Esa opinión comparten Duns Scoto y Durando de San Porciano.
Esta tendencia resultará triunfante en la época moderna y será ratificada por el concilio Vaticano II.
El Concilio de Trento por su parte, hablaba de una jerarquía que consta de obispos, presbíteros y ministros, instituida por ordenación divina (DS 1776) . El concilio de Trento no es una opinión, es la doctrina oficial de la Iglesia.
El sentido de esta afirmación (dice “ordenación divina” y no “institución de Cristo”) es evitar afirmar que tal jerarquía ha sido instituida por Cristo como proponían los españoles para evitar la afirmación de una jurisdicción atribuida por Dios a los obispos y que entonces no quedaba al Papa más que designar sobre quién caía. Por evitar una excesiva autonomía episcopal se prefirió la expresión “ordenación divina”. Muchos, en ese momento, pensaban que la jurisdicción la da el Papa. De todos modos quedó así: “ordenación divina”. Tampoco dice Trento que los tres grados hayan sido instituidos por Dios sino que hay una jerarquía instituida.
Respecto de los ministros también se ha querido darles el nombre genérico de “ministros”, y no el específico de “diáconos”.
Sobre la superioridad de los obispos sobre los presbíteros ya hemos visto que afirma dicha superioridad en el poder de orden que se explica por la capacidad de ordenar . La superioridad de los obispos, según el concilio de Trento, procede de aquella ordenación divina de la que antes se hablaba.
Pío XII en la constitución apostólica «Sacramentum Ordinis» (del año 1947) afronta el problema de discernir el rito principal y necesario de la ordenación, y afirma que es la imposición de manos (y no la entrega de instrumentos, como algunos tomistas pensaban) fijando las plegarias que se van a usar para ello; el documento ya no toma en cuenta las llamadas órdenes menores ni el subdiaconado, por lo que han quedado definitivamente fuera de lo que es el sacramento. Otra afirmación importante es la unidad del sacramento, a pesar de la diversidad de grados.
El concilio Vaticano II explicitó y completó lo afirmado en el Concilio de Trento. Determinó los tres grados llamando diáconos y no «ministros» al tercero de ellos (LG). Se aclara también la terminología en relación con el origen de la jurisdicción de los obispos: abandona el término «ordenación divina» y asume el más fuerte de «institución divina» (cf. LG 18 y 28).
Sin embargo, es menos explícito en el caso de los sacerdotes, afirmando que se trata de un ministerio legítimamente transmitido por los obispos a algunas personas en la Iglesia (cf. LG 28; PO 2). Es decir, el problema anterior relacionado con la institución del episcopado se traslada al presbiterado. Dice, sin embargo, de los presbíteros que éstos participan del ministerio de los Apóstoles, porque, configurados con Cristo sacerdote, obran en persona de Cristo Cabeza (PO2).
Habla del Papa como principio de unidad (LG 18) y declara que la estructura jerárquica es perpetua (LG 20) porque los obispos fueron queridos por Cristo ya que la misión apostólica requería sucesores.
En cuanto a la sacramentalidad del episcopado usa la expresión «plenitud del sacramento del orden» (cf. LG 21), que aplica a la consagración en sí misma (sin considerar si se produce después de la ordenación sacerdotal o directamente desde el estado laical). Junto con el oficio de santificar confiere el de enseñar y regir, además de la capacidad de ordenar otros obispos (cf. LG 21): así se trata de un sacramento tanto en el rito (imposición de manos) como en los efectos .
También se afirma la colegialidad de los obispos que es análoga a la de los apóstoles (LG 22). Este colegio es «sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice».
Ahora bien, se hace una distinción entre el poder recibido y el ejercicio de tal poder de manera que sólo pueden ejercerlo quienes están en comunión con el Romano Pontífice y los demás miembros del colegio .
En el concilio Vaticano II se restauró la figura del diácono permanente. Se restableció como «grado propio y permanente de la jerarquía» (cf. LG 29).Se evita hablar de las fuentes bíblicas y no se hace referencia a Hech 6,1-6. La afirmación “no en orden al sacerdocio sino al ministerio” será recogida por el Catecismo. No se habla de servicio del obispo sino del pueblo de Dios. Se habla de gracia sacramental pero se evita tratar el tema con amplitud y detalle dada la discusión todavía presente entre los teólogos. Sin embargo, ya que el diácono permanente no está ordenado al sacerdocio , se genera el problema de dilucidar la naturaleza del diaconado. Pero se observa la conveniencia de su presencia en espacios misioneros (AG 16)En el concilio Vaticano II se suprimió el subdiaconado, quedando sus funciones en los únicos dos ministerios que han sido asumidos: el lectorado y el acolitado. No son órdenes sino ministerios y, por tanto, estos no son «ordenados» sino «instituidos».

PASTORES DABO VOBIS
Quisiera ahora reseñar brevemente algunos de los logros que han resaltado los últimos documentos magisteriales:
La Pastores Dabo Vobis, exhortación de Juan Pablo II de 1992 indica algunos datos, entre otros muchos, que interesan vivamente a la concepción del sacerdocio ministerial:
Bajo el título de “Tomado de entre los hombres (Heb 5,1). La formación sacerdotal ante los desafíos del final del II Milenio” el documento intenta hablar de las dificultades que, afectando globalmente a la sociedad actual, condicionan fuertemente y a veces negativamente la vida del sacerdote .

El documento insiste en la dificultad de la interpretación de cada situación. El discernimiento evangélico (1Cor 2,15) de los signos de los tiempos (GS 4) se basa en la luz y la fuerza del evangelio que es el acontecimiento de Cristo y la iluminación del Espíritu en lo cual siempre hay que poner la esperanza.
El documento insiste en el tema de la elección y de la misión consiguiente (“Me ha ungido y me ha enviado (Lc 4,20). Naturaleza y misión del sacerdocio ministerial”) para señalar que la naturaleza del sacerdocio está en la misma misión trinitaria que a través de Cristo llega a la Iglesia. Por eso, bajo el título de “En la Iglesia misterio, comunión y misión” el documento continúa viendo el sacerdocio en su contexto eclesiológico.
Jesús ha sido enviado para anunciar el evangelio a los pobres, movido por el Espíritu. El sacerdote contempla ese rostro del primer sacerdote en los momentos iniciales de su misión . El presbítero en la Iglesia se configura con Cristo, único Sacerdote, Pastor y Cabeza de su pueblo. Así la identidad del presbítero es relacional, al servicio de la Iglesia y la salvación del mundo, inserto en la comunión con el obispo y los presbíteros en la única misión (Jn 17,11-21). Por eso, como el presbítero se define en ese conjunto de relaciones, la eclesiología de comunión, especialmente la comunión con Jesucristo, resulta decisiva para descubrir la identidad, dignidad, vocación y misión de este presbítero.
El documento continúa explicitando la relación del presbítero con Jesucristo, cabeza y pastor de la Iglesia indicando en particular que la autoridad del presbítero en la Iglesia es la misma que la de Jesucristo, pastor único de la misma y debe ser ejercida con su mismo espíritu .
A partir de las indicaciones eclesiológicas concluye el documento que el sacerdote, por pertenecer a la estructura de la Iglesia, no sólo es de ella, sino que está frente a ella y respecto de ella tiene carácter misionero es decir apostólico en todos los sentidos de la palabra. Moderan estas afirmaciones la relación con los laicos y la necesidad de colaboración y amistad así como las afirmaciones de la igualdad en orden a la llamada a la santidad .
El capítulo III trata de la espiritualidad sacerdotal y comienza por la vocación específica a la santidad de la que hemos hablado. Pertenecer a Dios es lo propio del consagrado y esa pertenencia es la participación del Espíritu (Lc 4,18). Eso, que se puede decir de todo bautizado, en el caso de Jesús es para ser enviado a anunciar el evangelio que salva. Por eso nos conforma con Cristo y nos hace partícipes de su amor al Padre ya a los hermanos, es decir de su vida filial y de su amor pastoral, lo cual es el modo particular de la santidad presbiteral .

TERCERA UNIDAD. NATURALEZA DEL MINISTERIO SACERDOTAL

LA POSICIÓN DEL CONCILIO DE TRENTO. MEDIACIÓN Y PASTOREO. UNIDAD Y COLEGIALIDAD
La posición del concilio de Trento, teniendo en cuenta que se enfrentaba a los protestantes que habían reducido el sacerdocio a algunas de sus funciones y que negaban el carácter externo de la Iglesia jerárquica, también se ciñó, en este caso, a afirmar lo negado: que el sacerdote tiene una misión esencial en el culto que se concreta en las funciones sacramentales del ministerio del perdón y la presidencia eucarística.
Sin embargo, nosotros sabemos que la misión del sacerdote es tan amplia como la misión de Cristo en cuanto pastor, misión que se ha concreta en las tres funciones de regir, santificar y proclamar la palabra de Dios a los fieles.
A veces se ha dado la prioridad a una de esas tres funciones. Pero no agota una sola el sentido del ministerio. La unidad debe aclarar la multiplicidad de las actividades sacerdotales. Tras las declaraciones de Trento, que dio prioridad a las funciones específicas en el culto, poder de consagrar y perdonar (DS 1771) para defender lo específico que había sido negado por el protestantismo, la visión del sacerdocio se vio en cierto sentido deformada.
El concilio de Trento afirmaba, como ya hemos dicho, que sacerdocio y sacrificio están unidos por Dios y el poder de ofrecer, consagrar y distribuir el Cuerpo y la Sangre del Señor ha sido dado a los Apóstoles y sucesores en el sacerdocio .

El MINISTERIO ES COMPLEJO Y NO REDUCTIBLE A UNA SOLA FUNCIÓN PRINCIPAL ENTRE LAS TRES FUNCIONES SACERDOTALES. EL OFICIO DE PASTOR
Superar los límites estrechos de las tres funciones, profeta, sacerdote y rey, se puede conseguir mirando a Cristo donde la armonía superior hace que las tres funciones entren en una definición superior, pastor. Jesús se ha definido como pastor. Su sacerdocio es nuevo y la cualidad de pastor es la que resume sus funciones
El pastor es guía del rebaño con su palabra, y la garantía de su oficio es su entrega, la cual, manifestada en su muerte y celebrada y actualizada en la eucaristía, ofrece a sus ovejas la vida abundante.
Ésa es la responsabilidad, y por eso el poder, comunicado a los apóstoles y en particular a Pedro cuando dice “Apacienta mis ovejas” (Jn 21). Esa autoridad no es simplemente el carisma de gobierno, sino la institución de Cristo y la responsabilidad de pastor. Tal poder es la dirección del rebaño y la lucha por él en el amor al mismo.
El Vaticano II atribuye una prioridad cronológica y lógica a la función de la evangelización (LG 25; PO 4) pero una preeminencia esencial y consumación del ministerio sacerdotal a la presidencia de la asamblea eucarística (LG28; PO 13) porque en su ministerio se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el de Cristo, mediador único, hasta su retorno (1Cor 11,26).
Por ambos ministerios, el sacerdotal y el profético, se realiza, como una fraternidad, la unión del Pueblo de Dios en torno a su Cabeza, que es exactamente el ministerio de gobierno para el que los pastores tienen potestad y a los que se debe, por tanto obediencia.
El Vaticano II ha querido en la función de pastor unificar la misión de sacerdote y la del obispo (LG 11; 18; 20; PO 2).
Es ilógico, si es cierto que el sacerdote es un pastor, atribuir al laico las funciones sacerdotales dejando al sacerdote sólo la función cultual, entendiendo que la función de gobierno no debe ser comprendida como de administración. Se trata de aquel pastor que las ovejas conocen y que conoce a sus ovejas.

¿ES MEDIADOR EL SACERDOTE?
Se ha dicho que esa función de los sacerdotes antiguos ha sido sustituida por Cristo pero no transmitida a los apóstoles. Se indica que el laico tiene la inmediatez de Jesús y por eso el sacerdote no es un mediador. El texto invocado es 1Tim 2,5-6 pero a nadie se le oculta que ese texto ha sido empleado por los protestantes para negar la legitimidad del sacerdocio ministerial y la intercesión de la madre de Jesús. En ese texto la unicidad de la mediación ¿excluye toda otra? Jesús les ha dado a los apóstoles su misión de servicio. Y esa misión es mediadora. Esa mediación no es un privilegio en el sentido mundano del término, puesto que acaba en la donación de la propia vida por el rebaño:
“Como el sacerdocio de Cristo es participado tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel de formas diversas…, así también la mediación única del redentor no excluye sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación participada de la única fuente” (LG 62)
En cierta ocasión un grupo evangélico me invitó a explicar la función de María. Yo dije que su mediación era la de madre. Sin ella el mediador de todas las gracias, Jesucristo, no habría venido al mundo, y por tanto ella había sido la mediadora del mediador.
Nadie pudo negar la evidencia.
Pero, por otro lado, cuando nosotros hablamos de la mediación no nos referimos a esta mediación histórica, sino a la mediación de la oración. Es fácil responder a quien niega esa mediación: ¿hay algún protestante que niegue que se puede y se debe orar por los demás? Si esa oración fuera inútil no la permitirían. Pero la oración por otros es bíblica, y constantemente recurrente en la Biblia. Luego hay un modo de mediación que es la oración.
Ahora falta explicar la oración de la Iglesia, esposa de Cristo. Si la oración particular es eficaz, con mayor motivo la oración de la Iglesia. En conclusión, no se puede negar cierta mediación ni a la oración de María ni a la oración de la Iglesia.
Pero la mediación sacerdotal es de otro tipo. Jesús empleó a sus apóstoles como instrumentos suyos cuando dijo: “Quien a ustedes escucha a mí me escucha” (Lc 10,13-16) y les dio una misión sacramental (“Hagan esto en memoria mía”n en Lc 22,19 o “A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados” en Jn 20,22-23).
De todo ello se deduce que actúan de mediadores del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús (1Tim 2, 5-6).

NOTAS DISTINTIVAS DE LA MEDIACIÓN SACERDOTAL
Aunque todos son mediadores, los laicos y los sacerdotes, a estos últimos se les ha encargado el sacerdocio pastoral, y así es su mediación.
En ellos (Jer 3, 15), se cumple la promesa del Señor de que “Les daré pastores según mi corazón”.
Al ser pastor en nombre de Cristo, y por Él en el del Padre, se cumple a través del sacerdote la promesa de Dios de ser el pastor de su pueblo de Ez 34, 12 sin negar que Dios eso lo hace a través de verdaderos pastores humanos, colaboradores suyos.
De este principio se deduce lo siguiente: el sacerdote no saca la inspiración de sus sentimientos ni de su voluntad. Su intención, que es la de Cristo, debe realizar el designio del Padre que es el deseo de que aparezca su amor al hombre en la entrega a Dios a través de la búsqueda infatigable y el sacrificio por la oveja perdida.
Para hacerlo es necesario pertenecer a la naturaleza humana (Heb 2, 17-18). Semejante a nosotros menos en el pecado es el Sumo Sacerdote que se compadece (4,15). Así la solidaridad del sacerdote con sus ovejas es la aparición de Dios. Porque Dios quiere sacerdotes según su corazón pero semejantes en todo a los hombres, para poder compadecerse de sus flaquezas, porque también ellos están envueltos en debilidades (Heb 5,2), menos en el pecado porque asemejarse en el pecado no es seguir al Sacerdote fiel (Heb 4,15).
Existen unos poderes que tiene el sacerdote en nombre de Cristo. ¡Cuáles son esos poderes? El poder de amar y el poder de morir, el poder de simpatizar y comprender por las propias debilidades y el poder de perdonar.
Hay una mediación descendente por la que el sacerdote ilumina a la humanidad, más generosa cuanto más pobres los hombres. La mediación ascendente es la oración por la que el culto en espíritu y verdad se vuelve oración y conduce a los hombres a la oración. Así no se une al mundo ni cuando está a disposición de los demás ni cuando intercede.
Evidentemente no se trata de una categoría superior de santidad y de humanidad sino una función determinada en unión con Cristo sacerdote hecha por un vaso de barro a favor de sus hermanos. Está en el camino de comunicación.
Si “Alter Christus” significa algo que todo cristiano debe ser, este Cristo debe además imitarle en su preocupación por la salvación ajena de modo particular. Actúa en la persona de Cristo Cabeza.
El sacerdocio debe ser, pues, dinámico. El sacerdocio es, por naturaleza, misionero.
Aunque el bautismo nos convierte por identificación con Cristo en misioneros, lo somos porque participamos de la misión de la Iglesia. En ella ocupan un lugar especial los que a presiden, de modo que ellos son misioneros por excelencia si toda la Iglesia es misionera.
Los laicos no son, pues, los únicos misioneros de la Iglesia. Los sacerdotes tienen una misión de evangelización directa. No les pide Jesús que se provean de otras personas para el apostolado.cuando les dice: “Id y enseñad”, no les dice, aunque también se supone: “Preparad a otros para que enseñen” (Mt 28,19) y eso significa dos cosas: el ministerio es tan personal porque es un testimonio y hay un testimonio que sólo corresponde a los apóstoles, y, en segundo lugar, que la responsabilidad directa les compete a ellos.
Pablo se entrega, por ejemplo, y sabe que su sacerdocio es una ofrenda que suscita la ofrenda sacrificial de todos. Pero se entrega en el ejercicio del testimonio que puede conllevar el martirio.
Confinar al sacerdocio a una conservación simple de los que ya son cristianos es volver a una concepción judaizante del sacerdocio.
Ciertamente el sacerdocio debe conservar a Cristo, pero Cristo ama y por eso sale del Padre. Así que conservar a Cristo es salir a predicar el evangelio a los que están como ovejas sin pastor (Mc 6,30-34).
El sanedrín enviaba emisarios a los judíos de la diáspora; se trata del “shaliah”, y a primera vista es igual al apóstol. Pero no es así. Recibían la imposición de manos pero su tarea no era hacer prosélitos (B. Rigaux en “Los doce apóstoles” Concilium 34 (1968) 11) sino recoger dones, establecer el calendario, nombrar a los enseñantes… Todo eso también es un apóstol, pero Jesús ha querido una nueva institución que se encargue de dar la fe. Y dar la fe a los paganos.
El Vaticano II ha insistido en la misión universal y la responsabilidad universal de los pastores (LG 23-28. PO 4).
La segunda nota del sacerdocio es la animación de la comunidad. El sacerdote custodia animando. El espíritu es ése. Evidentemente hay normas, pero el amor las supera y su oficio es el de amor.
La ChD 16 del Vaticano II explica que los obispos deben procurar la comunión de la caridad; sin renunciar a la autoridad confiada pone en práctica dicha comunión el impulso del amor y del servicio, no el legalismo.
En esta labor se despliegan los recursos personales del sacerdote o del obispo, que, poseyendo la caridad, la promueve (PO 6). Se trata de virtudes humanas como la sinceridad, la constancia, la justicia, la urbanidad (Fil 4,8). Se trata también de la creatividad en relación con la evolución social que reclama una renovación constante ante los problemas nuevos. El Espíritu Santo estimula las facultades del sacerdote y les confiere su fecundidad.
Así pues no en esta animación de la comunidad el sacerdote emplea todas las capacidades que posee dirigidas al fin de ayudar y fomentadas y elevadas por el Espíritu. Es una verdadera función sacerdotal que revela la fecundidad de Cristo Sacerdote y la íntima armonía de lo humano y lo divino en la tarea única de la salvación de los hombres.
La tercera nota es la unidad. La misión de la unidad es la principal función del pastor que quiere la salvación del rebaño bajo la autoridad del único pastor. Así lo expresa la LG 23 a. Lo que se dijo de modo particular a Pedro, se dice de los obispos y presbíteros (PO 6): apacienta a mis corderos.
Es difícil no favorecer la divisiones y promover la armonía siempre. Pero no se trata de una unidad cualquiera, secular, sino espiritual en torno a Cristo. Tampoco es la unidad visible de la Iglesia que contribuye a esta unidad interior, sino la unidad de la fe que es invisible y se expresa en la visible.
De ahí que el pastoreo se ejerce en colegialidad. Esta colegialidad expresa la unidad trinitaria y no significa la uniformidad, dada la multiplicidad de tareas, sino el amor y la complementariedad. Entre los sacerdotes debe haber espíritu de equipo y por eso pueden vivir juntos. Los problemas tampoco son de una sola parroquia y algunos temas sobrepasan el ámbito parroquial. Algunas tareas comportan otras instituciones como la enseñanza y los institutos pedagógicos. La misión pastoral de la Iglesia no se desinteresa de las instituciones de la sociedad porque si en ellas hay personas hay almas, y los pastores son pastores de todas las almas.
En el fondo, pues, se trata de cristianizar la sociedad con sus estructuras y ambientes.
Precisamente por la posibilidad de degenerar en administraciones sin alma, en funcionarios, es importante la fraternidad y la caridad entre los presbíteros. Porque no se puede `promover la fraternidad en otros sin vivir la propia.
Si el pastor representa y realiza la unidad de Cristo, no puede realizar dicha unidad sino en un ministerio común, colegial. La colegialidad no es una nota añadida, es la señal de la verdad que predica el pastor.

DOCTRINA DEL CARÁCTER
El sacramento del orden imprime carácter. Lo dijo Trento (DS 1609) como dogma .
¿Es el sacerdocio sólo una función, una profesión? Si así lo fuera, el ministerio a tiempo parcial tendría sentido y también la dejación del ministerio.
Trento afirmó el sacerdocio para siempre según el orden de Melquisedec. Es una afirmación de fe . Como signo espiritual e indeleble hay que afirmar en consecuencia que es una realidad ontológica.
Ahora seguimos nosotros nuestra propia reflexión, dejando atrás las afirmaciones conciliares.
El carácter no es una designación externa si es un signo impreso en el alma.
Como signo no es una cosa, por tanto no estamos ante una concepción cosificante del carácter.
El carácter forma con el alma una única realidad, pero por el hecho de ser diferente del alma misma, cambia al alma, haciéndola capaz de algo nuevo de lo que no sería capaz por sí misma.
No es la aptitud para una actividad que desaparece cuando desaparece dicha actividad.
Al menos afecta a toda la vida terrestre de la persona.
Ello significa que el carácter cambia realmente el ser del hombre y determina por eso también la capacidad para ejercer la actividad propia.
Es un signo indeleble. Con eso se afirma que permanece por encima de los cambios.
¿Por encima de la muerte? Los límites del carácter no son los de la actividad predominante, como no lo son en el bautismo que nos faculta para el culto y el cielo, ya que en el cielo continuará el signo bautismal que nos hace hijos de Dios.
Pero entonces, y aunque la actividad predominante en la tierra del carácter bautismal es la habilitación para el culto y la elección para el cielo, así como la capacitación para poder llegar a él a través del perdón de los pecados y la infusión de la gracia, y, a pesar de ello, el carácter continuará en el cielo con otras características, así ocurrirá con el carácter sacerdotal.
Por eso, en la tradición no se ha hecho diferencia entre los diversos caracteres en cuanto a su permanencia definitiva.
En la ordenación sacerdotal se dice que somos sacerdotes para siempre a semejanza de Melquisedec, tal como dice Hebreos de Jesús cuyo sacerdocio permanece.
En conclusión, cabe afirmar que aun siendo pastoral la actividad predominante del carácter sacerdotal mientras permanecemos en la tierra, puede permanecer en el cielo con otras características.

EL CARÁCTER SACERDOTAL EN EL DESARROLLO DE LA TRADICIÓN
Los primeros apoyos de esta doctrina del carácter los encontramos en el Nuevo Testamento.
Pablo habla de sello constantemente, aludiendo a lo definitivo del bautismo (2Cor 1,22; Ef 1,13; 4,30) que hace a una persona consagrada, es decir, perteneciente a Dios y cuya eficacia está en abrirle la salvación eterna.
Se trata de un signo invisible para los hombres pero no para Dios pues configura con Jesucristo. San Cirilo de Jerusalén (Procat 17 PG 33,365) habla del bautismo como sello imborrable del Espíritu Santo.
Como esto permanece por encima de los pecados pero no la santidad en los pecadores, se distingue entre el sello y la gracia (Basilio de Cesarea Tratado sobre el Espíritu Santo PG 32,141).
San Agustín (Sermo ad Caes. Eccl. pl., 2, CSEL 51, 72; PL 43,691) afirma, para la ordenación sacerdotal, un carácter permanente, y compara el tatuaje del soldado que le hace pertenecer a su jefe con la marca bautismal, a la que llama sacramento, que se mantiene por encima de las obras buenas o malas, como en el caso del soldado. También el orden es así, y no hay reiteración del sacramento.
San Agustín no da por nueva esta doctrina de la paridad entre bautismo y ordenación sino que se apoya en la tradición anterior .
De ahí se deduce que el sacramento no es simplemente, para San Agustín, un signo externo, como algunos han entendido cuando identifican carácter con fórmula o palabras del rito. Si San Agustín habla de forma cuando habla del carácter quiere decir forma en sentido filosófico del término, es decir, cambio del ser, interiormente, en el sujeto por efecto del sacramento. Si el carácter es irrepetible es porque existe.
Para Santo Tomás el carácter sacerdotal es de tal categoría que el carácter bautismal no sólo tiene su tipo en el sacerdotal de Cristo, sino su origen, y se configura con él. Todo carácter es sacerdotal puesto que habilita para el culto, luego todo carácter configura con Cristo sacerdote, incluso el del bautismo y la confirmación (De caractere).
De ahí que el carácter sacerdotal no sólo no es una réplica del bautismal sino que es la plenitud de todo carácter, y por eso la consagración que supone es más exigente.

SIGNIFICADO Y VALOR DEL CARÁCTER SACERDOTAL
El misterio del carácter.
El carácter consiste según los teólogos escolásticos en la disposición permanente para la gracia. En consecuencia, el bautismo y la confirmación implican un proyecto de vida, una estructura fundamental que determina las orientaciones posteriores de la vida. Dios no tiene simplemente un proyecto en su mente, lo realiza por el carácter y la providencia, de modo que el ser humano, cuando lo secunda, sabe que está realizando algo grabado en su interior.
El carácter sacerdotal no se añade, sino que profundiza la orientación a la gracia de los otros dos caracteres, el del bautismo y la confirmación, dándole un sentido capital, de “cabeza” del Cuerpo de la Iglesia. La misión no se realiza como un envío de otro que no implica nada en el enviado, sino como una respuesta a una vocación profunda interior. Desde ahí se ve el valor ontológico y dinámico del carácter del orden.
Es ontológico porque el ser humano no le ofrece simplemente a Dios su actividad, sino a sí mismo con sus facultades y posibilidades. Hay una nueva creación en el consagrado. Un ser nuevo que en Simón está simbolizado por el cambio de nombre, Pedro. Pero ese ser nuevo se destina al cumplimiento de una misión. Por eso no se trata de una simple elección, sino de un compromiso para transformarlo todo.
Como misterio, el carácter es objeto de fe. Se manifiesta en la actuación, pero en sí permanece invisible.
Jn 6, 27 habla del carácter de Cristo: “Procuraos el alimento no el perecedero, sino el que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios le acreditó con su sello”. Dios garantiza con su Espíritu (D. Mollat) al Hijo para que los hombres lo reconozcan. Por ese Espíritu Jesús puede dar la vida divina ya que la posee. Como el carácter es eterno, el alimento también lo es.
Jesús mismo dice que el Padre lo santificó y lo envió al mundo, poniendo en relación ambos hechos, la santificación y el envío (Jn 10,36: “A aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: «Yo soy Hijo de Dios»?”). E identifica también santificación y filiación divina que lo hace igual a Dios, lo cual le capacita para hacer obras divinas (10,33-38 ).
Así pues, la santificación o consagración es la misma Encarnación, aquello por lo que el hombre que nació de María es Hijo de Dios, y el envío al mundo es su mismo nacimiento.
La carta a los Hebreos habla de “impronta de su sustancia”, de la sustancia divina, cuando habla del Hijo de Dios (1,3 ). San Cirilo de Alejandría lo comenta: “El Padre se escribe totalmente en la naturaleza del Hijo, y se imprime en él como un sello tal que lo es sustancialmente” (In Co 1,21-22 PG 74,924 AB). Jesús lo dice así: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9). Jesús, por ser Hijo de Dios, es por ello Sumo Sacerdote (7,28 ) pero también por ser hombre .
El carácter que le define como Hijo es lo que hace posible que sea revelación del Padre.
Se observa la extrema profundidad del carácter y el vínculo profundo entre ser y obrar. El origen primero está en el misterio de la generación del Hijo de Dios. Es cristológico.
Los que reciben una participación en el ministerio pastoral del Hijo reciben esa impronta. El Padre se escribe en los sacerdotes. Pero lo que Jesús fue en sí mismos deben serlo por tanto los sacerdotes por el carácter, y el ministerio de la Palabra es ahí la revelación del Padre grabada en el ser humano.
No puede explicarse el carácter pues como una simple aptitud para una acción ministerial eficaz ni por un ministerio aceptado por la comunidad. Se trata de una relación con Dios, con el Padre mediante Cristo, que quiere revelarse y desplegar su acción en el mundo tomando posesión de lo más íntimo del ser humano.
Marca de consagración
El movimiento fundamental por el que el sacerdote pertenece a Dios no es el que parte del ser humano sino el de la gracia que procede de Dios, aquel por el que Dios mismo se hizo hombre. En Jesús no se puede separar la consagración y la misión porque pertenece al mismo movimiento: la Encarnación. Tampoco en el sacerdote. La Presbyterorum Ordinis describe al sacerdote desde la carta a los Hebreos, la cual dice que es alguien “sacado de entre los hombres para constituirlo a favor de los hombres” (Hb 5,1), y por eso la PO dice que ha sido segregado para consagrarse a la obra que el Señor le llama”, no para separarse de los hombres sino para servirlos (Hech 13,2: “Separadme a Bernabé y Saulo para la obra para la que los he llamado” dice el Espíritu) .
En el uso de los bienes materiales, necesarios para vivir, deben los sacerdotes tener como si no tuvieran, y, por tanto, usar de estos bienes rechazando cuanto dañare su misión (PO 17 ).
No son del mundo, aunque están en el mundo. Viven con los demás a imitación de Cristo que fue hecho en todo semejante a sus hermanos menos en el pecado. Deben hacerse todo a todos para salvar como sea a algunos. Por eso deben adaptar la liturgia y la predicación (PO 4,5,6). Pero deben vivir con dedicación su santidad personal ya que son instrumentos vivos de Cristo para salvar a los demás (PO 12 ). El hecho de que se deben comprometer en el servicio a los hombres no les excusa sino que más bien les exige dicha santidad para ser más aptos instrumentos al servicio del todo el Pueblo (PO 12 ). Aparece con toda claridad que la aptitud para la encarnación no nace del amor a sí mismos sino de la santidad, es decir, del amor a Dios y a los demás y de buscar su verdadero bien. El ministerio es efecto de la santidad “que contribuye enormemente al ejercicio fructuoso del ministerio” (Ibid.).
No se puede disociar santidad personal y consagración apostólica ya que una está al servicio de la otra.
Marca de configuración
Como ya hemos dicho el carácter configura y por eso hace aptos. Tal configuración con Cristo pastor, propia del carácter sacerdotal, le distingue el Shaliah judío, éste no era un pastor. El sacerdote es un pastor y por eso no un simple enviado plenipotenciario. El carácter es objetivo, persiste independientemente de la disposiciones o decisiones subjetivas pero tiende a promover las que están conformes con su vocación, con su configuración. Jesucristo es modelo de comportamiento, modelo de imitación.
Tal modelo es superior a las épocas. El principio de configuración encuentra su apoyo sacramental en el carácter.
Misión y poder sacerdotal
Como hemos dicho la consagración y la configuración en el carácter sacerdotal no tienen su fin en sí mismas, sino que están ordenadas a una misión, es decir, en un proyecto de vida y actividad que es el designio salvador de Dios en el cual tiene sentido el oficio de pastor en nombre de Cristo. Ese oficio de pastor implica la posesión de las facultades propias, y, por tanto en el carácter están encerradas esas facultades que capacitan para la misión.
En PO 2 dice : “Se confiere (el sacerdocio) por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza”.
¿Cuáles son esos poderes? Aptitud para conducir a la comunidad en nombre de Cristo, aptitud para hablar en nombre de Cristo con su autoridad, y representar válidamente a Cristo en los sacramentos y suscitar por ellos la gracia. Tal identificación con Cristo es evidente en las palabras eucarísticas: “Esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”: el mi del sacerdote transparenta el mi de Cristo.
Eso significa un compromiso enorme, una configuración y una consagración auténticas.
Se ha acusado al carácter de ritualismo. Ciertamente Santo Tomás expresa con claridad que ese poder se realiza especialmente en el culto. Pero es que claramente el poder de consagrar y perdonar son los máximos poderes, pero no los únicos. La primera misión del pastor es la Palabra.
También se ha acusado una división entre la misión y la vida particular. Si el carácter es hacia las ovejas no implicaría la vida personal del pastor. Y, a veces, se vive así, pero no es así el carácter. Éste graba el carácter de pastor en lo hondo del ser, es un proyecto de vida, y en vez de marcar estáticamente al sujeto pone en movimiento todas sus facultades y recursos y capacita a la persona para vivir su misión en toda su existencia personal y en toda su actividad. Así da un sentido a todas las fuerzas vitales del individuo.
Este poder no determina una superioridad sino un servicio por la simple identificación con Cristo, el siervo que da la vida. Ello no es una recomendación ascética ni un consejo de eficiencia pastoral, es una exigencia ontológica derivada de la imagen grabada que es la del Señor. El ministerio sería vano si es ejercido como un abuso. Sus efectos se perciben cuando el oficio de pastor se ejerce en el sentido del Cristo evangélico a quien continúa.
La estructura de la Iglesia
El fin de la misión del pastor es la unidad del rebaño. El carácter, con su fundamento ontológico, tiene como efecto asegurar la continuidad de esa unidad, tiene un sentido estructural porque exige un compromiso de todo el ser y de toda la vida y no depende del desarrollo eventual de los acontecimientos.
Capacita el carácter al sacerdote para afrontar las situaciones más diversas. La reacción del pastor ante los acontecimiento es la del Señor que cumple la misión de marcar a la humanidad con su propia santidad. El sacerdote lo es a tiempo pleno. Todas sus fuerzas y tiempo tienen que servir a su propio ministerio. Los apóstoles fueron invitados a dejarlo todo para seguir al Señor porque se les confiaba un ministerio que llenaría su vida, como llenó la del Señor Jesús. Incluso las tareas profanas las debe vivir sacerdotalmente.
De parte de Dios no hay ni puede haber una llamada a abandonar el ministerio, dado que el carácter es permanente y capacita para una misión permanente.
¿Pero no es posible un error en el que abrazó el ministerio sin auténtica vocación?
La infidelidad no es la incapacidad sino el pecado. Dios no niega a nadie la gracia suficiente.
Es cierto que las condiciones humanas necesarias para el ejercicio fructuoso de este poder deben ser discernidas previamente y que el carácter potencia y dirige lo que hay pero no crea algo que no hay. La ordenación no suple la insuficiencia de las condiciones necesarias. La formación permanente y la competencia son claramente muy convenientes y el carácter no las va a sustituir. Además es lógico prever el retiro del sacerdote a cierta edad, pero eso no significa que Dios haya negado las gracias necesarias, sino que éstas hacen trabajar para el fin las capacidades intelectuales y humanas y convierten en pastorales las facultades personales.
El abandono del ministerio es la respuesta de la autoridad de la Iglesia como solución inevitable a algunos problemas personales, muchas veces más básicos que el oficio de pastor: la fe, el pecado, la infidelidad, la rebeldía, la herejía… pero no es una nueva vocación porque contradice la misma naturaleza del carácter que es permanente.

EL ESTADO DE VIDA DEL SACERDOTE

EL PROBLEMA DEL ESTADO DE VIDA

El cuestionamiento del estado de vida sacerdotal
En los años siguientes al concilio y especialmente después del 68 con su revolución apareció una contestación al estado tradicional de vida del sacerdote. Tal contestación entendía el sacerdocio como un estado de falta de libertad y pedía libertad para ejercer empleos profanos, compromisos políticos y sociales y celibato opcional (por ejemplo texto preparatorio n 5 de la Asamblea Europea de Sacerdotes en Roma 10-16 de octubre de 1969).
En general se indicaba que al sacerdote le faltaban derechos humanos inalienables, y pedían un género de vida común con los laicos; se hablaba también de comunidades cristianas democráticas que elegían a su pastor y un ejercicio también democrático del ministerio (2,10- 11). El candidato sería elegido independientemente de su profesión, partido o situación matrimonial. Se trataba de que el pastor tomara postura en la lucha política y se consideraba que la situación tradicional alineaba a los pastores con una clase social, la opresora. Se trataba también, por otro lado, de declarar santa la vida laical y por tanto pedir para los pastores un conocimiento más amplio de la misma por compartirla con los laicos y así mayor capacidad para actuar como tales pastores. En el fondo se pensaba que el que no era célibe o tenía un trabajo civil o no entraba en la lucha político-social no era un hombre completo.
Algunos hablaban de que vivir del propio trabajo profano haría a los sacerdotes comprender mejor a los obreros. Otros hablaban de la independencia que un salario daba a los sacerdotes para hablar según sus propias convicciones.
Algunos sacerdotes estuvieron tan convencido de ello que no se estimaban a sí mismos ni creían tener una estima social si no entraban en una profesión secular.
En cuanto al celibato se ha acusado a la iglesia de desprecio de la sexualidad, otros como una traducción a lo cristiano de lo que pertenece a las religiones paganas o a la judía, finalmente algunos han hablado de que el celibato fomenta la casta sacerdotal, la diferencia.
Algunos han querido ver en el sacerdocio simplemente un trabajo. Esto se ha reflejado en la denominación del mismo como “ministerio”, es decir, “funcionariado”, algo que afecta al hacer pero no al ser, y por tanto permitía en el sacerdote no sólo un horario, unas vacaciones, unos derechos, sino que no hacía ver la relación del sacerdocio con la conversión personal y el estado de vida. Se hablaba de una influencia monástica en el sacerdocio que debía ser rechazada, señalando que el sacerdocio era un trabajo que debía tener características seculares simplemente.
En cuanto al celibato algunos pedía la ordenación de casados, decían que por las necesidades apostólicas urgentes, otros la libre elección previa a la ordenación y otros incluso posterior. Algunos aceptaban la superioridad y conveniencia de la vida celibataria y otros no. Citaban incluso la Encarnación para afirmar este movimiento de secularización. Así el documento Sacerdotes de tiempos nuevos o informe holandés sobre el ministerio.
El sínodo episcopal de 1971 intentó responder a todo esto.
El principio de respuesta al problema
No podemos sorprendernos de que se pregunte por qué renuncias fuertes, como son el celibato o la dedicación exclusiva están unidas a la vocación sacerdotal ni que sean difíciles de llevar. Los sacerdotes saben que Jesús ha cumplido su misión sacerdotal mediante el sacrificio de la cruz.
Queremos iluminar genéricamente el fundamente de este estado.
El ejercicio de un empleo profano o el compromiso activo en la política o la elección del matrimonio han sido presentados como derechos inalienables que el sacerdocio no puede impedir. Pero eso no es cierto: hay libertad en la elección del celibato y sus consecuencias, libertad en la elección del sacerdocio y sus consecuencias y libertad en lo contrario.
El sacerdocio es una consagración fundamental de tipo ontológico y Cristo ha querido un modo de vida para los que destina a esa consagración. Por eso no es lógico que disimulemos nuestro sacerdocio viviendo un estado de vida lo más semejante posible al laical.
Tampoco se puede tomar la Encarnación como una invitación a la secularización. En Cristo significa una consagración de la naturaleza humana que se manifestó en un estado de vida que en vez de ser obstáculo para su misión contribuyó a ella.
Ese estado fue la renuncia al empleo profano, la abstención de compromiso político y el celibato voluntario. La Encarnación y la misión de Cristo lo implicó necesariamente. En ese sentido se debe considerar el estado de vida sacerdotal más que mirando la historia o el derecho.
Ese estado de vida no separa al sacerdote del laico, le ayuda. Es un símbolo de la santidad de Dios y no está destinada exclusivamente a la santidad personal del sacerdote sino a beneficiar a la Iglesia y al mundo.
El estado de vida revelado por el evangelio
El maestro no se limitó, cuando pidió que le siguiesen especialmente los apóstoles, a pedir una docilidad o una asiduidad, sino que les pidió la donación de sí mismos. Era una llamada que continuaba la llamada general al seguimiento en la fe pero que exigìa en aquel caso el abandono de todo (Mt 19,27 ). Seguramente los discípulos seguían a sus maestros, pero eran como Pablo, hijos solteros de familias ricas. Ahora son aquellos que viven de su trabajo los que lo dejan. Era una verdadera locura y una novedad absoluta .
El celibato (Mt 19,12 ) es siempre especialmente difícil, pero se inscribe en la triple renuncia al matrimonio, a la profesión y a los bienes, es decir, renuncia al tener, al hacer y a la relación. Jesús pide a la persona entera con todas sus facultades, al seguimiento en esa existencia especial de consagración apostólica que es el sacerdocio. Pertenece el llamado especialmente a Jesús. La conexión entre ese estado de vida y el ministerio pastoral aparece en el diálogo con los apóstoles: a los doce les promete por ello el gobierno del nuevo Israel (Mt 19, 28 ) y por ello al poder del pastor está unido un abandono universal unido al sacrificio redentor (Lc 28,28-30).
También las mujeres que le siguen lo abandonan todo por el reino (Lc 8,2-3) y ese estado es semejante al de las vírgenes consagradas. A pesar de todo no hay ninguna prescripción precisa sino una exigencia fundamental que ilumina el futuro de la vida sacerdotal posterior que será progresivamente concretada en la Iglesia, que traduce en la historia algo que supera la historia.
Influencia del estado de vida monástico
Es innegable que ha habido una interacción entre la vida religiosa y la vida sacerdotal, pero tampoco se puede negar que el ministerio exige una santidad específica. La pregunta que nos hacemos es si el monacato influyò inadecuadamente o no.
Deploraríamos la influencia si el monacato apartara a los sacerdotes de su misión específica pero no si les ayudara a seguir y descubrir mejor las exigencias evangélicas. También hemos de indicar que el ministerio debió influir en el monacato para vivir más eclesialmente su vida específica. Ambos siguen el Evangelio y éste es la legitimidad de ambos.

LA PROFESIÓN SECULAR

Lucas con claridad atribuye un valor simbólico al abandono de la pesca: “Trayendo sus barcas a tierra y dejándolo todo, le siguieron” (5,11). Los hombres valen por lo que hacen. Su orgullo consiste en su salario. Dejar el salario quizá sea más arduo que dejar la familia. “A partir de ahora serás pescador de hombres” (5,10). Hay un cambio de profesión, un cambio reclamado por una ocupación mayor y más urgente.
Jesús había renunciado a su oficio. Abandonaba de algún modo a su pobre madre a la caridad para emprender la vida que le llevó a la cruz. No abandonaba su oficio por desprecio sino porque era necesario dedicar todas sus fuerzas a su ministerio.
Siempre se alega en contrario el ejemplo de Pablo que ejerció su oficio de tejedor donde era necesario. Pablo expone el motivo de esa conducta indicando que no quería ser una carga que hiciera confusas sus intenciones. Pero él mismo lo considera excepcional (1Cor 9,6 ). El Vaticano II en LG 31 prevé que en algunos casos es justo, pero no es lo habitual ni lo mejor siempre .
El Sínodo de 1971 indica que el valor del ministerio sacerdotal es eminente pero sólo puede ser comprendido a la luz de la fe: “Como regla ordinaria es necesario que se reserve al ministerio sacerdotal un tiempo completo. Dado que la participación en las obras seculares de los hombres no podría considerarse de ningún modo el fin principal y no puede bastar para expresar la responsabilidad específica de los sacerdotes”. El motivo es que “Estos, sin ser del mundo y sin tomarlo como ejemplo, deben, no obstante, vivir en el mundo como testigos y dispensadores de la otra vida”. Esto, por tanto deja a juicio del obispo y su presbiterio las actividades que, de todos modos no deben ocultar el ministerio…. “Tienen que ser conciliadas con las otras del ministerios ya que en esas circunstancias, deben considerarse como modalidades necesarias de un auténtico ministerio”.
Las circunstancias en que estaría aconsejado sería quizá las de una subsistencia personal. Algunos hablan de solidaridad con los trabajadores, pero el Concilio deja entender que ésta no debe ser la condición habitual y aparece con claridad en el evangelio la justa remuneración del trabajo pastoral . Pueden ser motivos de necesidad social, como puedan ser países de misión. Es una tarea de suplencia destinada pero provisional. Puede ser cuando la profesión es un medio de apostolado, si a través de ella se le permite al sacerdote penetrar en ambientes inaccesibles como Mateo Ricci en la corte china. Posiblemente también esa penetración permite comprender también los problemas específicos y aportar la palabra más acertada. En ocasiones hay tareas unidas casi inseparablemente al ministerio como pueda ser la enseñanza. Pese a todo hay que decir que el testimonio de vida en las profesiones seculares incumbe al laico cristiano. Quizá en ocasiones una profesión aporta el prestigio necesario para tener la influencia conveniente para la evangelización, pero no debe ser un principio universal de actuación y, en ocasiones, es una tentación. La autoridad del sacerdote se basa en otros parámetros. No los del éxito humano, sino los de la verdadera santidad y el conocimiento de la fe.
De todos modos, y aunque hay que evitar la evasión hacia otra profesión, es necesario asegurar mayor competencia en el propio ministerio. Mayor formación, la colaboración de las ciencias pedagógicas y psicológicas, no sólo es más apto para realizar su misión sino que desarrollará las capacidades que debe poner a disposición del Señor mucho mejor.

RENUNCIA AL COMPROMISO POLÍTICO

El compromiso político puede ser legítimo. Y, sin embargo, nos corresponde renunciar a él a los sacerdotes.
Los judíos esperaban un Mesías político y religioso y Jesús evitó cuidadosamente orientarse por ese camino. El diablo presenta como tentación el dominio del mundo pero para ello hay que adorarle a él (Mt 4,8 ) y las autoridades de este mundo los oprimen (Mt 20, 17-28).
No sea así entre vosotros.
Por otra parte si no quiso llamarse Hijo de David fue por eso. Era evidente la injusticia pero Él quiso salvar lo que estaba perdido y pidió también “Dar al César lo que es del César” (Mt 22, 21)
Su reino no era de este mundo (Jn 18,36 ) y por eso Pilato no debía condenarlo por rebelde.
Cuando la masa intenta proclamarle rey tras la multiplicación de los panes (Jn 6, 15 ) Él se esconde. Y a nosotros nos gustaría tener ese título que nuestro Pastor declinó.
Luego dice que busquemos el Pan verdadero y no el material.
Es claro el mensaje y a nosotros, que tantas veces buscamos instaurar el reino de Israel, nos llama a instaurar el de Dios (Hech 1,6 ).
El principio fundamental de la caridad comporta muchas implicaciones en el terreno social y político, pero aunque el sacerdote está llamado a predicar este evangelio ha de seguir el comportamiento de Cristo que se negó a hacer enemigos. El ministerio por desgracia se torna ineficaz cuando se toma partido, y la historia de la Iglesia tiene ejemplos abundantes de ello. El sacerdote es el signo de la unidad y por ello debe prescindir de su propio derecho en ocasiones. Al menos hay que recordar que no podemos participar en las funciones o luchas políticas activas, dicho sea en general. En casos concretos y excepcionales habrìa que pedir consentimiento del obispo tras consultar al Consejo presbiteral y su fuera necesario a la misma Conferencia Episcopal. Esa decisión del Sínodo tuvo un significado: no vale cuando la decisión es excesivamente subjetiva. El sacerdote Jesucristo renunció al dinero, éxito, aplauso y poder. Y así deben hacer los que le siguen y le imitan, al menos en sentido egoísta.
Por eso el sínodo de 1971 indicó que a los sacerdotes corresponde promover el respeto a los derechos humanos, la instauración de la justicia y la paz y ayudar a los laicos en esta tarea pero hay que evitar la identificación del evangelio con una opción política por su naturaleza contingente.
Ése es el motivo fundamental por el que Jesús evita ser considerado un político. Él viene a la salvación del hombre. La política también depende del corazón del hombre. Y la salvación del hombre no es material, terrena o contingente, sino trascendente. Lo otro es idolatría del poder.

EL CELIBATO

El celibato ha sido contestado por muchos motivos: el valor del mismo en nombre del principio de la Encarnación o la secularización, que aleja de los hombres, que hace más difícil la comprensión de los hogares cristianos o que encierra al sacerdote en la frialdad. También se ha dicho que el celibato no respeta los derechos o la realización de la persona, que no respeta la dignidad del matrimonio y algunos han llegado a decir que hay en él un desprecio de la mujer. También se ha acusado en nombre del evangelio diciendo que Jesús había llamado a casados, que no había dicho nada al respecto en relación al sacerdocio y que por tanto en la vocación al sacerdocio no estaba implicado el celibato, o que ha sido una especie de imitación de los religiosos. Por fin se han invocado motivos prácticos como la disminución del número de vocaciones o las infidelidades de los mismos, así como el ejemplo de los orientales o protestantes.
Respondiendo a lo anterior diremos que los motivos prácticos no son decisivos porque la falta de sacerdotes y la disminución de vocaciones es tan impresionante en las iglesias protestantes como en las católicas y las secularizaciones han sido fruto de la disminución de la fe y de la pérdida del sentido de la identidad sacerdotal además de esta causa innegable. El ecumenismo no es motivo para abandonar el celibato tampoco simplemente porque para cualquiera lo que es bueno lo es, y eso lo demuestra el redescubrimiento del valor del celibato entre protestantes, como ocurre en Taizé. Tampoco es de recibo la acusación de falta de libertad porque ciertamente se acepta la vocación libremente y Dios ayuda siempre. No se puede dudar de su asistencia. Decir que han sido los religiosos los que han influido sería como negar la voluntad de Cristo que fue quien lo dijo para unos y para otros.
El vínculo entre sacerdocio y celibato en Cristo
Ese vínculo ha sido estableció por Jesús. Recordemos el celibato de Jesús, el primer y único sacerdote del Nuevo Testamento. Él es el modelo del sacerdocio celibatario.
De ahí sabemos que no se oponen celibato y sacerdocio y tampoco celibato y Encarnación. Digamos que, al contrario, si la Encarnación significa la cercanía de Dios, el celibato la deberá favorecer.
La virginidad de María no hace tampoco menos humano el nacimiento de Jesús. Al contrario, se nota que la divinidad ha tomado contacto con la humanidad de modo más paladino, puesto que no se puede negar ni el milagro ni la Encarnación. Su presencia ha sido más íntima, puesto que no ha habido concurso de varón.
Pero algunos han dicho que no vale como ejemplo el celibato de Jesús porque al ser Hijo de Dios no habría podido casarse. Su excepcionalidad hace que tomar a Jesús como ejemplo en esto sea inaceptable.
Sin embargo en esa objeción subyace una idea casi monofisita de la Encarnación que suprimiría lo que la naturaleza humana tiene de integral. Fue hombre y nada de lo humano le fue ajeno excepto el pecado. Siendo así que casarse no tiene nada de pecaminoso, hemos de decir que no repugna a la naturaleza humana del Señor.
De todo ello se deduce que, al no casarse, el Señor vivió una conveniencia entre su misión y su estado que se nos dejó como testimonio: la conveniencia entre el sacerdocio y el estado de celibato. Hay una consagración que excluye de por sí otros amores. Tal consagración le hizo decir a los doce años que pertenecía al Padre y no a su familia (Lc 2, 49 ) porque al venir al mundo quedó consagrado como hombre para Dios (Jn 10,36 y Jn 6,27 ).
Conviene, pues, que la fecundidad y posteridad lo sean en el sacerdote en el orden de la gracia, porque la caridad pastoral de Cristo y la universalidad de la misma deben sugerir en la caridad pastoral del sacerdote las mismas características de profundidad y universalidad (Mc 3,35 ). El sacerdote deja su familia para fundar una nueva familia mucho más amplia, como hizo Jesús. El sometimiento voluntario anterior explica el papel que Dios tiene para la familia, pero la hora de Jesús se caracterizó por ponerse a disposición de todos .
El celibato de Jesús no es un cerrarse o replegarse de su existencia, no es un refugio ante los peligros del mundo o una ascética para librarse de la rebelión de la carne , sino como una forma de dilatar su vida y su amor y responder a la consagración a la misión que su Padre le ofrecía.
Las declaraciones evangélicas sobre el celibato
En realidad son dos. La renuncia requerida por la vinculación total a Cristo y el sacrificio del celibato voluntario por el reino de los cielos
La renuncia requerida por la vinculación total a Cristo
En Lucas 14,26 aparece la siguiente frase de Jesús que habla de un abandono del matrimonio por el Reino: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
La frase original dice “odiar”. Se refiere a no anteponer nada a Cristo. Eso significa que cuando se tiene mujer e hijos es fácil anteponerlo a la propia vocación. Es un lazo muy fuerte. Evidentemente no se trata de abandonar a la esposa, puesto que Jesús claramente lo prohíbe en otro lugar (Mt 19,6 ) sino de no tomar esposa por el reino.
Es importante ver cómo la renuncia al matrimonio por el reino no está aislada. Jesús pide renunciar a todo para poder ser su discípulo y evidentemente eso, en la historia del joven rico, supone la renuncia a los lazos del dinero con una preferencia incondicional por Jesús y su misión. Toda otra atadura le hace la competencia (Mt 19,21 ).
El texto de Lc 18,29 pone el celibato en una perspectiva más eclesial que el texto de Mateo 19, 29 porque éste último dice que lo hace por mi nombre mientras que Lucas dice que es por el Reino. No se trata simplemente de un capricho de Jesús sino del fin último de su Encarnación, el Reino. Así la vida del que se entrega se consagra a la edificación del Reino, de la obra de Cristo. Todas las fuerzas y todo el tiempo son para el Reino.
El sacrificio del celibato voluntario por el reino de los cielos
El texto que vamos a comentar está en Mt 19,10-12: “Los discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». Y él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!».
Palabras literales de Jesús, por el ritmo ternario gradual que se encuentra en algunas partes como Mt 5,22 y Mt 5, 39-40 , textos muy semíticos del sermón de la montaña, con una inclusión inicial y moción final recíprocamente correspondientes “No todos entienden”, “el que pueda entender que entienda”. También hay un semitismo en el vocabulario y el estilo muy marcado según M.-J. Lagrange, de modo que no se puede dudar de su autenticidad, pero que traen una idea nueva expresada de modo paradójico lo cual contribuye a mostrar su autenticidad.
Respecto de las circunstancias los exegetas en general aceptan que esa declaración ha sido hecha en estrecha conexión con lo que se ha dicho del matrimonio . Posiblemente ha sido el propio Jesús el que hizo la transición desde el hombre que se resiste a casarse por egoísmo y el que lo hace por el Reino.
¿Habla del celibato? Casi todos piensan que sí. Algunos, sin embargo, piensan en el hombre que, habiéndose separado de su esposa, guarda después la castidad, pero no parece ser así porque el hombre separado puede volver con su esposa, lo cual no puede calificarse de estado de eunuco permanente, como serían sus paralelos de nacimiento o mutilación y porque lo que los apóstoles comentan no es que debe guardarle fidelidad a su esposa por encima de la separación sino que no vale la pena casarse si no hay posibilidad de separarse, lo cual significa no casarse nunca, el celibato.
El eunuco era un hombre despreciado (Dt 23,2 y Lv 21,17-20 ) aunque Isaías 56, 3 y Sabiduría 3,14 alaban al eunuco santo. Pero Jesús va más lejos, afirma que la condición de eunuco voluntario es alabable. El sentido físico no es el del texto, sino aquel que ha decidido no casarse. En este caso por el Reino. Posiblemente los discípulos de Jesús habían sido calificados de eunucos por su celibato por los adversarios de Jesús. No parecía decente negarse a formar una familia. Jesús no atenúa la ruptura con Israel, la pone de manifiesto y la alaba. Hay un sacrificio que merece alabarse. A pesar del principio de complementariedad entre hombre y mujer . El celibato, que renuncia a un bien tan grande, es sólo soportable por amor a Dios y su Reino.
El carisma del celibato y su relación con el sacerdote ministerial.
En primer lugar, recordemos que el celibato es un carisma, un don del Padre por el que se entiende y acepta lo que humanamente resulta casi incomprensible e insoportable. Pero Jesús anima a sus discípulos a intentar comprenderlo lo cual significa que ya han recibido el don y que anima a vivirlo. Pero esto supone claramente que no son maestros del sentido del celibato quienes no tienen ese don, porque, aun apreciándolo, no lo pueden vivir.
No corresponde sólo al sacerdocio ministerial este don, porque hay un texto donde Jesús explica que en la resurrección no se tomará marido ni mujer (Mt 22, 30 ). Los célibes viven en situación de resurrección. Viven el reino celeste en la condición terrestre.
Pero el Reino en la tierra es el objeto de trabajo. Estamos edificándolo. El motivo del celibato no es la pureza ritual, o como el celibato esenio, sino la exigencia de una dedicación completa al Reino. De este modo aparece una conexión clara entre sacerdocio ministerial y celibato: es especialmente propio de aquellos que, por su dedicación exclusiva a la Iglesia en la tarea de pastor, deben también sus fuerzas completas y su preocupación sólo a la Iglesia también por esa tarea específica, aunque muchos también lo hagan por amor al Reino.
Pedro seguramente hablaba también de esto al afirmar que ellos lo habían dejado todo y le habían seguido (Mt 19,27).
Se puede argüir que eso podría ser motivo de un celibato provisional y también que Pedro y otros podrían estar casados cuando Jesús los llamó. Posiblemente era viudo porque no se oye hablar ya nunca de su mujer e hijos. Algunos piensan que en la pregunta de Pablo de 1Cor 9,5 considera la posibilidad de llevar a la esposa. Vanhoye indica que el texto dice mujer hermana. Si hubiera dicho la mujer se entendería la esposa. Además usa el término hermana para indicar que no es esposa. Por otro lado ¿por qué representaría llevar a su esposa un privilegio sólo de los apóstoles? Más bien llevar una hermana que les ayudara como pasaba con Jesús (una mujer creyente) significa que vivían el celibato.
Para Pablo el valor del celibato es grande. Él sabe que el tiempo es corto y que el mundo pasa, afirma que el celibato permite entregarse más completamente (1Cor 7, 7. 29-36 ).
El que está casado no puede dedicarse a la evangelización completamente. Es cierto que el matrimonio, por ser sacramento, no separa del Señor, como dice Efesios (5,32 ) si uno lo vive en el Señor. Pero aquí no hablamos sino de la evangelización en la que la compañía femenina de la que se habla en los versículos 36-38 que debe corresponder a la hermana que acompañaba a los apóstoles puede resultar inconveniente por las tentaciones a que puede dar lugar.
El desarrollo del celibato sacerdotal en la historia de la iglesia
Al principio, sin embargo, el sacerdote no era siempre célibe. En las Cartas Pastorales se habla de confiar el ministerio a hombres de una sola mujer (1Tim 3,2; Tit 1,5-6; 1Tim ,2 12) ya que los rabinos judíos eran casados y la función de jefe en una comunidad podía reclamar menor compromiso personal que la del apostolado itinerante que ejerció Pablo.
En el tiempo se dio una evolución. ¿Fue por la sacralización de la función sacerdotal o por el desprecio de la sexualidad? El testimonio del Nuevo Testamento reconoce a los presbíteros y obispos funciones sagradas de modo que no es probable hablar de mayor sacralización . La función sacral, sin embargo, seguramente ha tenido importancia para excluir a los consagrados de la sexualidad como dicen las decretales de San Dámaso y eso podría deberse a una relativa judaización de la concepción de las funciones sacerdotales.
Tertuliano habla de “casarse con Dios” para hablar del celibato. San Epifanio habla de que la sexualidad distrae y la concentración es necesaria para los que tienen como habitual la participación en el culto. Esto recuerda la división de la que hablaba 1Corintios. Eusebio dice que los célibes adquieren una paternidad espiritual.
Ciertamente el platonismo invitaba a despreciar la carne, pero el motivo vemos que es el amor al reino más que el desprecio de la carne, y el Reino da lugar a una familia más amplia.
La ley del celibato comenzó con el concilio de Elvira en el 300, pasó por el II de Nicea y se exigió drásticamente a partir del siglo XII aunque muchas veces no se cumplió. Después de 1917 el matrimonio no es considerado impedimento para la validez de la ordenación en la Iglesia de Occidente.
La divergencia entre las dos Iglesias, la occidental y la oriental ha de ser entendida. No hay que tener en cuenta la leyenda del obispo egipcio Pafnucio que habría conseguido en Nicea la libertad para casarse porque nunca se casaron después de ordenados ni en Oriente ni en Occidente. El concilio in Trullo del 691 fijará la legislación de los orientales: el obispo debe ser célibe. Los demás, aun si están casados están obligados a una continencia temporal para el ministerio.
La ley del celibato fue educativa pero no produjo plenamente sus efectos. La formación del clero secular estuvo orientada a la soledad para evitar la caída. El Vaticano II recomienda la relación (PO 8) justamente para guardar mejor el celibato y especialmente el grupo sacerdotal. El Sínodo del 71 confirmó la ley del celibato y así ha quedado hasta ahora.
Sin embargo, hemos de afirmar que la imposición del celibato no es de necesidad absoluta como ha reconocido el Vaticano II, sino de gran conveniencia. Tal conveniencia está en la libertad mayor, en el matrimonio con la Iglesia que da lugar a la paternidad espiritual y en la imitación de Cristo que llevó a cabo ese amor, así como en el testimonio del mundo venidero. Tal imitación tiene sentido también si consideramos que el carácter configura y consagra a Cristo.
Negar que el celibato permita comprender el matrimonio tampoco es seguro. La libertad y el ejercicio de un amor entero ayuda a comprender el amor entero que debe el esposo a la esposa y viceversa.
Así el celibato permite una verdadera caridad pastoral que Cristo quiso para sus apóstoles. Ello responde a la objeción que rechaza el celibato como privación afectiva. Al optar por él el hombre adquiere un amor más profundo, universal y entregado.

LA MISIÓN DE LA MUJER Y EL SACERDOCIO

La reivindicación de la mujer ha conducido a la cuestión del sacerdocio femenino entendiendo la negativa como discriminación. ¿Es cierto que no hay ningún motivo teológico que se oponga? Gal 3,28 dice que para Cristo ya no hay hombre ni mujer. No les parece suficiente la tradición de la Iglesia que explican por los obstáculos culturales y la inferioridad en el trato reservado a las mujeres.
De nada sirve aquí invocar lo que hizo Jesús. Él fue un testigo en eso de su época y nada más. Se critica además la imagen de la madre de Jesús a la que se le reprocha estar lejos de la actual emancipación. Además de eso que niega al Nuevo Testamento el valor normativo se dice que remediaría la ordenación de la mujer la penuria de sacerdotes.
La situación de las iglesias protestantes en que la mujer ha accedido a la ordenación se ha unido a ese movimiento. Sin embargo, los orientales no han seguido ese camino indicando que la vocación universal a la santidad y el sacerdocio de los fieles no significan que las mujeres están llamadas a pertenecer al sacerdocio ministerial. Añade a esto que tal ordenación no ayudaría a la causa de la unidad.
Además el Sínodo ruso levanta acta de que la ordenación protestante no es sacramento, lo cual hace que su postura no sea equivalente a la de los orientales. Llama la atención además el Santo Sínodo que el secularismo es la raíz de tal conducta, y ese secularismo reivindica la igualdad de los sexos olvidando las indicaciones de Escritura y Tradición.
La Iglesia católica había afirmado su posición a través de dos cartas de Pablo VI a arzobispo de Canterbury en 1975 y 1976 recordando la Escritura y la práctica constante de la Iglesia y previniendo el obstáculo a la unidad que constituía una decisión a favor del sacerdocio femenino. El 15 de Octubre de 1976 la Congregación para la doctrina de la fe expuso más ampliamente la justificación doctrinal (Inter insignia): Ante la actitud constante de favorecer dignidad de la mujer, si Cristo reservó a los varones el sacerdocio ministerial no fue por capricho o tolerancia con las costumbres de la época, sino por otros motivos, y ya Pío XII afirmó que la Iglesia no tiene ningún poder sobre la sustancia de los sacramentos (Sacramentum ordinis en 1948). La práctica constante significa que la Iglesia ha discernido que está ligada por esta conducta de Cristo. La Declaración indica que el obispo, o el presbítero, en la Eucaristía, representa a Cristo. El Esposo es el autor de la Nueva Alianza, y es conveniente la masculinidad del que representa al Esposo. Es cierto que también representa a la Iglesia y que ésta es la Esposa, pero la Declaración indica que o representa a la Esposa sino en cuanto que representa a Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia tal como dice el Vaticano II que es esencial al ministerio: actuar ejerciendo el papel de Cristo cabeza (PO 2 y LG 28).
Concluye la declaración que las consideraciones humanas no bastan para resolver problemas de eclesiología y teología sacramental por ser la Iglesia una sociedad distinta y el cargo pastoral no comparable a las tareas de gobierno de los Estados. En ella la Revelación es esencial. Por otro lado no se puede hablar de derecho al ministerio que es una vocación procedente de Dios.
La Igualdad de los bautizados no implica identidad, porque los papeles, sin hablar de superioridad en el orden de la gracia, son distintos en cuanto a su misión. El único carisma que debe ser deseado es la caridad (1Cor 13,13).
Finalmente, la Iglesia desea que las mujeres cristianas tomen conciencia de la grandeza de su misión.
En 1988 Juan Pablo II publicó la Mulieris Dignitatem.
Quisiera recordar algunas frases capitales en que el Papa desvela el papel de la mujer y el diálogo de la gracia en la economía de la salvación:
4 … La unión particular de la «Theotókos» con Dios, —que realiza del modo más eminente la predestinación sobrenatural a la unión con el Padre concedida a todos los hombres («filii in Filio»)— es pura gracia y, como tal, un don del Espíritu. Sin embargo, y mediante una respuesta desde la fe, María expresa al mismo tiempo su libre voluntad y, por consiguiente, la participación plena del «yo» personal y femenino en el hecho de la encarnación. Con su «fiat» María se convirtió en el sujeto auténtico de aquella unión con Dios que se realizó en el Misterio de la encarnación del Verbo consubstancial al Padre. Toda la acción de Dios en la historia de los hombres respeta siempre la voluntad libre del «yo» humano. Lo mismo acontece en la anunciación de Nazaret.
«Servir quiere decir reinar»
Este acontecimiento posee un claro carácter interpersonal: es un diálogo. No lo comprendemos plenamente si no situamos toda la conversación entre el ángel y María en el saludo: «llena de gracia».(19) Todo el diálogo de la anunciación revela la dimensión esencial del acontecimiento: la dimensión sobrenatural (***). Pero la gracia no prescinde nunca de la naturaleza ni la anula, antes bien la perfecciona y la ennoblece. Por lo tanto, aquella «plenitud de gracia» concedida a la Virgen de Nazaret, en previsión de que llegaría a ser «Theotókos», significa al mismo tiempo la plenitud de la perfección de lo «que es característico de la mujer», de «lo que es femenino». Nos encontramos aquí, en cierto sentido, en el punto culminante, el arquetipo de la dignidad personal de la mujer. Cuando María, la «llena de gracia», responde a las palabras del mensajero celestial con su «fiat», siente la necesidad de expresar su relación personal ante el don que le ha sido revelado diciendo: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1, 38). A esta frase no se la puede privar ni disminuir de su sentido profundo, sacándola artificialmente del contexto del acontecimiento y de todo el contenido de la verdad revelada sobre Dios y sobre el hombre. En la expresión «esclava del Señor» se deja traslucir toda la conciencia que María tiene de ser criatura en relación con Dios. Sin embargo, la palabra «esclava», que encontramos hacia el final del diálogo de la Anunciación, se encuadra en la perspectiva de la historia de la Madre y del Hijo. De hecho, este Hijo, que es el verdadero y consubstancial «Hijo del Altísimo», dirá muchas veces de sí mismo, especialmente en el momento culminante de su misión: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45).
Es claro el mensaje. La mujer, como el hombre, estamos llamados a servir. Ante Dios no tenemos derechos, pero servirle es el mayor honor. Cuando uno recibe un honor y ése es servir a Dios, no elige el servicio, porque cuanto más humilde es el servicio, mayor carácter de servicio tiene. Continúa diciendo que Jesús es el siervo…. De donde se deduce que al sacerdote le corresponde el servicio. Aprovecha ahora la carta apostólica para recordar la antropología cristiana, la dignidad del ser humano, hombre y mujer, imagen de Dios, iguales en dignidad, uno carne del otro y señala que la misma comunión entre hombre y mujer es signo de la Trinidad, de la comunión divina. En consecuencia, recuerda la vocación al amor impresa indeleblemente en el corazón humano.
El misterio del pecado, que aparece a continuación, manifiesta que el proyecto de comunión se ha convertido en competencia y la igualdad se ha convertido en envidia. Copio el texto:
9. “No es posible entender el «misterio del pecado» sin hacer referencia a toda la verdad acerca de la «imagen y semejanza» con Dios, que es la base de la antropología bíblica. Esta verdad muestra la creación del hombre como una donación especial por parte del Creador, en la que están contenidos no solamente el fundamento y la fuente de la dignidad esencial del ser humano —hombre y mujer— en el mundo creado, sino también el comienzo de la llamada de ambos a participar de la vida íntima de Dios mismo. A la luz de la Revelación, creación significa también comienzo de la historia de la salvación. Precisamente en este comienzo el pecado se inserta y configura como contraste y negación.
Y sigue el texto indicando las consecuencias de aquel “No serviré” del primer pecado:
10.… Si la violación de esta igualdad, que es conjuntamente don y derecho que deriva del mismo Dios Creador, comporta un elemento de desventaja para la mujer, al mismo tiempo disminuye también la verdadera dignidad del hombre. Tocamos aquí un punto extremadamente delicado de la dimensión de aquel «ethos», inscrito originariamente por el Creador en el hecho mismo de la creación de ambos a su imagen y semejanza… Las mismas palabras se refieren directamente al matrimonio, pero indirectamente conciernen también a los diversos campos de la convivencia social: aquellas situaciones en las que la mujer se encuentra en desventaja o discriminada por el hecho de ser mujer.
15. El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad que él «enseña» y que él «realiza», incluso cuando ésta es la verdad sobre su propia «pecaminosidad». Por medio de esta verdad ellas se sienten «liberadas», reintegradas en su propio ser; se sienten amadas por un «amor eterno», por un amor que encuentra la expresión más directa en el mismo Cristo.
21. …Una mujer «se casa» tanto mediante el sacramento del matrimonio como, espiritualmente, mediante las nupcias con Cristo. En uno y otro caso las nupcias indican la «entrega sincera de la persona» de la esposa al esposo. De este modo puede decirse que el perfil del matrimonio tiene su raíz espiritual en la virginidad.
25. ….Cristo es el Esposo. De esta manera se expresa la verdad sobre el amor de Dios, «que ha amado primero» (cf. 1 Jn 4, 19) y que, con el don que engendra este amor esponsal al hombre, ha superado todas las expectativas humanas: «Amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). El Esposo —el Hijo consubstancial al Padre en cuanto Dios— se ha convertido en el hijo de María, «hijo del hombre», verdadero hombre, varón. El símbolo del Esposo es de género masculino. En este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el cual Dios ha expresado su amor divino a Israel, a la Iglesia, a todos los hombres. Meditando todo lo que los Evangelios dicen sobre la actitud de Cristo hacia las mujeres, podemos concluir que como hombre —hijo de Israel— reveló la dignidad de las «hijas de Abraham» (cf. Lc 13, 16), la dignidad que la mujer posee desde el «principio» igual que el hombre. Al mismo tiempo, Cristo puso de relieve toda la originalidad que distingue a la mujer del hombre, toda la riqueza que le fue otorgada a ella en el misterio de la creación. En la actitud de Cristo hacia la mujer se encuentra realizado de modo ejemplar lo que el texto de la Carta a los Efesios expresa mediante el concepto de «esposo». Precisamente porque el amor divino de Cristo es amor de Esposo, este amor es paradigma y ejemplo para todo amor humano, en particular para el amor del varón.
26. En el vasto trasfondo del «gran misterio», que se expresa en la relación esponsal entre Cristo y la Iglesia, es posible también comprender de modo adecuado el hecho de la llamada de los «Doce». Cristo, llamando como apóstoles suyos sólo a hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano. Y lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y a la tradición avalada por la legislación de su tiempo. Por lo tanto, la hipótesis de que haya llamado como apóstoles a unos hombres, siguiendo la mentalidad difundida en su tiempo, no refleja completamente el modo de obrar de Cristo.
La participación universal en el sacrificio de Cristo, con el que el Redentor ha ofrecido al Padre el mundo entero y, en particular, la humanidad, hace que todos en la Iglesia constituyan «un reino de sacerdotes» (Ap 5, 10; cf. 1 Ped 2, 9), esto es, que participen no solamente en la misión sacerdotal, sino también en la misión profética y real de Cristo Mesías. Esta participación determina, además, la unión orgánica de la Iglesia, como Pueblo de Dios, con Cristo. En el ámbito del «gran misterio» de Cristo y de la Iglesia todos están llamados a responder —como una esposa— con el don de la vida al don inefable del amor de Cristo, el cual, como Redentor del mundo, es el único Esposo de la Iglesia. En el «sacerdocio real», que es universal, se expresa a la vez el don de la Esposa.
Creo que esta carta apostólica que ha heredado la tradición de la Iglesia y la ha transmitido en el marco de un verdadero aprecio por la dignidad de la mujer, no considerando una discriminación ni una disminución de su dignidad que no hayan sido llamadas al sacerdocio ministerial, es un regalo de gran delicadeza y encierra una verdad profunda. Hay una vocación humana que es femenina aunque universal, la de Esposa del Esposo divino: dar gracias por la iniciativa y el amor del que ha dado la vida por nosotros. Hay otra vocación que es masculina y es la de Cristo y sus sacerdotes, dar la vida por los demás, a los que ha purificado con el baño del agua y la palabra.

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